Wednesday, November 23, 2005

Capitulo 2: Cabezas rapadas, corazones furiosos

El porvenir de un movimiento depende del fanatismo, y aun de la intolerancia, con que lo exaltan sus partidarios, exhibiéndolo como el único rumbo acertado y llevándolo adelante en oposición a ideas de carácter similar.
Adolf Hitler, Mi lucha

Estaba muy nervioso, pero creo que es natural. Me había citado con Rommel ‑‑‑cuyo verdadero nombre era Jordi P.‑ muy cerca de la librería Europa, en Barcelona. Era la prueba de fuego. Mi primer encuentro cara a cara con un skinhead tras los meses de «precalen­tamiento» en la red y no había forma de saber si pasaría el exa­men, o algo en mi actitud, en mi vocabulario o en mi aspecto dela­taría mi condición de infiltrado.
No tuve ningún problema para identificarlo al primer vistazo en el bar donde habíamos acordado encontramos. Su cráneo rapado casi al cero, sus anchas patillas y su cazadora bomber eran más elocuentes que una tarjeta de visita. Aunque en aquella ocasión no calzaba botas militares, sino zapatillas deportivas.
Yo también llevaba una bomber, lo suficientemente decorada con parches y pins como para no dejar ninguna duda sobre m¡ ideo­logía. Sin embargo, cubría mi cabeza con un gorro de lana que ocul­taba unas luengas melenas. Pretencioso de mí, creía que la infiltra­ción entre los neonazis sería algo muy fácil y rápido. Cometí el mismo error que cometían los autores de los libros y artículos que había leído y supuse que me enfrentaba a jóvenes de bajo estrato social, con poco nivel cultural y todavía más ínfirna inteligencia. Así que ‑pensé‑ para qué voy a cortarme las melenas que he tardado dos años en conseguir y que habían sido imprescindibles para una infiltración anterior, en un grupo de diferente naturaleza... Qué teme­raria es la ignorancia.
Sin embargo Jordi, con quien había estrechado lazos de camara­dería durante sernanas, no sospechó nada extraño aunque no rne qui­tase el gorro de lana durante ninguna de nuestras reuniones. Era invierno y hacía frío, así que el tocado de mi cabeza no desentona­ba en absoluto.
‑¿Eres Romrnel?
‑Sí. ¿Tiger?
Jordi tenía un buen apretón de manos. Fuerte. Enérgico. Since­ro. Y miraba a los ojos al estrechar la mano. Yo le imité. Y supon­go que es una circunstancia inherente a toda investigación corno infil­trado, pero me esforcé tanto en adaptar mi personalidad, mi actitud y mi mente a aquel nuevo mundo en el que estaba a punto de sumer­girme, que no pude evitar que una corriente de empatía me embar­gase al estrechar la mano de aquel neonazi que ahora me miraba a los ojos sonriente, mientras casi me susurraba al oído un suave Heil HitIer, lo suficientemente audible para mí, pero no para el res­to de los clientes del local.
Jordi, alias Rommel, proviene de una buena familia barcelonesa. Ultraconservadora, ultrafranquista y de ultra‑tradición militar. Estu­diante en la universidad, coleccionista de objetos militares alemanes de la Segunda Guerra Mundial y miembro de las Brigadas Blan­quiazules del Real club Deportivo Español. Amén de un profundo estudioso ‑y miembro‑‑‑ del movimiento neonazi en general y de los skinheads en particular.
De su mano, y de sus labios, conocí la historia de los «cabezas rapadas», mientras empapábamos la conversación en cerveza. Tie­ne gracia, pero el origen primitivo del movimiento skinhead tenemos que buscarlo entre los jóvenes jamaicanos, de raza negra, que sin­tonizaban, con sus artesanales receptores de radio, las emisoras nor­tearnericanas ‑como la WINZ‑ y que a finales de los años cincuenta y principios de los sesenta ernitían los primeros acordes del Rythm'n Blues.
Al principio era el mod (lo que sigue esta plagiado de una web)
En aquellos días las bandas jamaicanas de jazz, swing o five comen­zaron a incluir en su repertorio musical arreglos de Rhythmn Blues inspirados en aquel sonido, rescatado de las ondas herzianas norte­americanas. Mas tarde, la influencia del nuevo ritmo se acentuó, de la mano de los jóvenes negros jamaicanos que regresaban a la isla, tras haber pasado algún tiempo realizando trabajos eventuales en Estados Unidos como mano de obra barata. No traían mucho dine­ro, pero sí gran cantidad de discos que comenzaron a circular por jamaica, subrayando las nuevas influencias musicales en los ritmos negros.
En aquella época eran típicos los sound systems (camiones dota­dos de grandes altavoces y amplificadores que hacían las veces de «discotecas móviles» y trabajaban normalmente al aire libre), desta­cando los pertenecientes a los productores musicales Dodd y Duke Reid.
En 1958 Dodd y Dulce comenzaron a producir sus propias gra­baciones, empleando a músicos locales y fundando los primeros estu­dios de grabación de la isla: Federal Studios. Estas primeras graba­ciones estaban muy influenciadas por la música tradicional de la isla: el calypso, el mento, etc... Esta mezcla de ritmos fue evolucio­nando hasta convertirse en lo que se denominó ska, aunque es difi­cil precisar quién fue el «inventor» de este estilo musical (muchas fuentes apuntan al fallecido bajista de los Blue Flames, Cluet Johiason, más conocido como Cluet J.).
También en esta época Duke Reid crea su propia discográfica: Tojan Records; el nombre estaba inspirado en el apodo que se había ganado (Reid the Tojan) al conducir su sound system, un viejo camión Tojan de 7 toneladas, con la inscripción «Duke Reid the Tojan King of sounds» en un lateral del mismo.
En esta época, que se sitúa entre 1958 y 1963 y a la que se podría denominar como la primera ola del ska, las bandas jamai­canas, entre las que sobresalen The Skatalites, se encargaron de que el ska se popularizara y extendiera por toda la isla. Este ritmo tenía dos características principales: la forma tan enérgica en que se bailaba, y que sus principales adeptos eran los rude boys o chi­cos rudos, que no eran muy aceptados por la sociedad debido a sus contactos con el bajo mundo, sus enfrentamientos con la poli­cía (a consecuencia de los cuales, el Gobierno, como represalia, ordenó destruir una barriada llamada Shanty Town) y el consumo excesivo de ganja.
Afirman los expertos que el rude boy es el primitivo skinhead, que viste de forma elegante imitando a sus héroes de las películas de gángsters, como harán poco después los mods ‑a los que ahora me referiré‑‑‑, antes de afeitar sus cabezas y entrar en contacto con partidos políticos de extrema derecha.
En 1962 Jamaica consigue la independencia de Gran Bretaña y se vive una etapa de fiesta en la que musicalmente se desarrolló el rocksteady proveniente del ska y posteriormente el reggac (la palabra reggue se empezó a utilizar gracias a la canción de Toots and The Maytals llamada Do the Reggay que, según explicaciones del propio Toots, se refiere a la regular people, la gente normal de a pie, la gen­te de la calle, el concepto de clase obrera posteriormente popular¡­zado por los skinheads).
Durante esta época multitud de jóvenes jamaicanos emigran a Gran Bretaña para conseguir trabajo y con ellos transportan su música, ya convertidas algunas canciones en auténticos himnos rock, como 007 de Desmond Dekker, que consiguió colarse en los primeros puestos de las listas inglesas, además de lanzar el sica el fe meno rudeboy por todo el continente (menos en España, aquel entonces se bailaba La chica ye‑ye).

Aquellos inmigrantes jamaicanos, que llegan a Inglaterra a lo largo de la década de los sesenta, coincidirán en las calles británicas con otros jóvenes amantes de la música, pertenecientes a otras tri­bus urbanas.
En esa década prodigiosa el Londres cosmopolita arropaba en sus entrañas a una gran variedad de corrientes culturales: los roc­kers, hippies, teddy‑boys, mods, hell‑angels y otras tribus urbanas se repartían las fidelidades de la juventud británica cuando se produjo un «cisma» dentro de una de ellas: los mods.
Los mods habían surgido a principios de la década entre los jóve­nes de la clase media londinense obsesionados por la ropa, la músi­ca y la violencia. Una expresión de la «cultura» británica hábilmen­te retratada por Stanley Kubrick en La naranja mecánica, película de culto para los skinheads de todo el mundo.
Comenzaron reuniéndose en los cafés del Soho, hasta que pron­to surgieron los primeros clubs específicamente mods, como El Fla­mingo. En esos locales escuchaban música jazz, ska, etc., funda­mentalmente por la noche, ya que en su mayoría eran jóvenes de clase media‑baja que trabajaban durante el día y así pasaban las noches bailando y bebiendo. Los fines de semana era habitual que grupos de mods abordasen las carreteras a lomos de sus hiperdeco­rados y ruidosos scooters, para desplazarse a la costa sur de Inglate­rra, especialmente a Brighton, donde con frecuencia protagoniza­ban encarnizadas peleas contra los rockers.
En realidad, y con acentuados altibajos, el movimiento mod se ha prolongado hasta la actualidad. Pero la crisis de mediados de los sesenta y la fragmentación de los mods supusieron un punto de inflexión en la historia de esta tribu urbana. De aquella escisión nacie­ron los hard mods (mods duros) y el «espíritu del 69». Aquellos jóvenes comenzaron a mezclar su música, el rockabilly y el ska, con el mundo del fútbol, la violencia y la cerveza. Los más duros se rapaban el cráneo con objeto de expresar su profundo desprecio contra los cabellos largos del movimiento hippy. Pronto aquellos pioneros comenzaron a ser denominados hooligans, supporters o skinheads.
En aquellos primeros años, y mientras algunos mods radicaliza­ban sus aficiones, la juventud británica recibió una importante olea­da de inmigración llegada desde las Antillas, lo que les proporcionó fundamentalmente dos cosas: vecinos de raza negra tan violentos como ellos y nuevos estilos de música en las salas de baile.
También jugó un importante papel la boyante situación econó­mica y el éxito de Inglaterra en el Mundial de Fútbol de 1966, que llevó a muchos jóvenes a seguir a sus equipos por los diversos esta­dios en que se disputó la competición. Enseguida nacieron las hinchadas ultras, fanatizadas por los colores de su equipo, y estalló la violencia entre ellas, surgiendo así los bootboys. Las peleas entre segui­dores de distintos clubs fueron famosas y estos enfrentamientos diarios acabaron por movilizar a la policía, a los jueces y a la socie­dad civil, que estrecharon tanto el control de los partidos que aca­baron ahogándolos. Muchos skins terminaron en prisión, otros dejaron el movimiento y los más veteranos se convirtieron en sue­deheads, una versión más light que les permitió sobrevivir en el ano­nimato. De la conjunción de todos estos factores nacieron los sldn­heads, palabra que se empleó por primera vez en 1969, ya que hasta entonces estos grupos callejeros recibían varios nombres, como lemonheads, peanuts (por el ruido del motor de los scooters, como de cacahuetes friéndose) o simplemente mods.
Su indumentaria más característica consistía en las botas militares ‑‑especialmente de la marca Doc Martens‑ y tirantes como los que utilizaban los obreros, en contraposición con la burguesía bri­tánica). Y lo más importante, cabezas afeitadas al cero o al uno (de ahí el término skin head, «cabeza rapada»), Las hoy famosas caza­doras bomber no aparecieron hasta unos años más tarde.
Para diario, los primeros mods‑skinhead solían emplear más las prendas tejanas y, en las noches de fin de semana, muchos opta­ban por algo con más clase, como elegantes trajes de tres botones,

Pero las auténticas señas de identidad de los skinheads eran la vio­lencia y el vandalismo. Por donde pasaban destrozaban trenes, esta­blecimientos, coches; les daban palizas a policías, estudiantes y, cómo no, agredían a sus odiados hippies. Su arma preferida, en los albo­res del movimiento, eran los peines de metal afilados. Esta actitud violenta y beligerante les puso en el punto de mira de la prensa, la opinión pública y la ley, y tuvieron que cambiar su comportamien­to, suavizándolo. Y también se vieron obligados, en gran número, a cambiar su estética, dejándose crecer el pelo y vistiendo con más elegancia. En ese instante nacieron los smooties, de existencia más efi­mera. Los bootboys, sin embargo, continuaron llevando la violencia a los campos de fútbol.
A mediados de los años setenta en Inglaterra surge el movimiento punk, y dentro del mismo resurgen los sIcinheads. Este resurgimiento se da, por un lado, porque varios punks consiguen información sobre el primitivo movimiento skin del 69, y porque algunos supervi­vientes del espíritu de los 6o vuelven a calzarse las botas y a rapar­se el cabello.
Esos primitivos skinheads eran un movimiento musical apolíti­co. Hacían Oi! Music, la versión más radical de punk. Pero muy pron­to muchos jóvenes se hartaron de ver cómo sus mejores amigos morían a causa del consumo de drogas o eran asaltados por inmi­grantes jamaicanos o pakistaníes, lo que favoreció que la semilla de la xenofobia comenzase a germinar entre los skins.
Por otro lado, a principios de los setenta se produjo la primera crisis del petróleo, que acarreó graves problemas a la economía bri­tánica, y debido a esto algunos de estos primeros skinheads comen­zaron a agruparse en tomo al National Front (partido nacional‑revo­lucionario inglés), El giro hacia la derecha, la extrema derecha, del movimiento skin estaba gestándose... junto con los skinheads algunos punks, como el cantante de The Exploited, comenzaron a identificarse plenamente con el National Front Y ése es el preciso instante en que nace el movimiento skinhead nacional socialista (NS), tal y como hoy lo conocemos. Aque­llos precursores del movimiento skin‑neonazi pretendieron tomar el legado de «Honor y Fidelidad» de las Hitler‑jugend y lo unieron con la cultura juvenil de principios de los setenta, en los barrios obre­ros de Londres. Muy pronto los skinheads dejan de ser un movi­miento musical para convertirse en un movimiento juvenil nacional socialista. Pero, sin lugar a dudas, la música fue y es el principal medio de propaganda de los skinheads. En un principio el NF y otros partidos políticos de extrema derecha buscaron afiliados (y votan­tes) dentro de la escena punk londinense, quizá por el hecho de que muchos grupos de música punk utilizaban esvásticas o cruces gamadas entre su pintoresca estética antisistema (como el contro­vertido Sid Vicius, de los Sex Pistols). Pero en realidad aquellos punks utilizaban las esvásticas y otros símbolos de la propaganda nazi como una forma de transgresión y provocación antisistema. No existía nin­guna ideología nacional socialista detrás de aquellos símbolos. Sin embargo, para el naciente movimiento skinhead‑NS, la música, la estética, y su actitud social eran parte de una profunda convicción política de extrema derecha.
Poco a poco, el movimiento skinhead‑NS se consolida y adquie­re una identidad propia, cada vez más alejada del movimiento punk, aunque la música, junto con el fútbol, continúan siendo factores deci­sivos en la evolución histórica y sociológica del complejo mundo neo­nazi,

En los primeros ochenta emergió un nuevo movimiento consfl­tuido alrededor del sonido streetpunk con las bandas de la llamada música 0i! más conocidas: The Business, Combat 84, Infa‑Riot, etc. Este movimiento musical fue denominado precisamente Oi! por el periodista Gary Bushell, que lo consideraba una prometedora unión entre la música del pueblo y la clase obrera. Durante época la prensa comienza a atacar a los skinheads por su actitud agresiva y a referirse a su música, ya conocida popularniente como incitadora de la violencia. Debido a esto algunas bandas, como Sharn'69 y Angelic Upstarts, forman el RAR (Rock Against Racism, o sea, rock anti‑racista), para demostrar a la opinión públi­ca que no todos los «cabezas rapadas» eran nazis ni xenófobos. Esa nueva corriente bastarda, dentro del movimiento skinhead, termi­naría convirtiéndose en toda una forma de vida pareja pero antagó­nica a la de los neonazis, que se consolidaría en el Nueva York de mediados de los años ochenta bajo la denominación de SHARP (Skin Head against the Racism Prejudice, es decir, cabezas rapadas con­tra los prejuicios raciales). 0 lo que es lo mismo, red skins o skins comunistas.

Paralelamente, y como en toda corriente cultural o contracultural (y empleo el término siendo consciente de que escandalizaré al pio­fano, al aplicar este calificativo a los cabezas rapadas), el movirnien­to skín fue ampliándose, enriqueciéndose y cargándose de matices.

Además de los SHARP y red skins, surgieron los skins‑gay u homoskins (cabezas rapadas homosexuales), las skingirls o Chelseas (novias de los skinheads que terminaron convirtiéndose en un movimiento con identidad propia), WP‑skinheads («racialistas» o racistas seguidores del White Power y Las 14 palabras de David Lane); SxE‑skinheads (straight edge skinheads o puristas del culto a lo natural, que además de las drogas repudian el alcohol, el tabaco y el consumo de carne); skins‑hooligans (que anteponen su pasión por el fútbol a la componente política o musical del movimiento skin), etc., etc., etc. Nos enfrentamos, por tanto, a la evolución de un movimiento cultural que durante el último tercio del siglo xx aglu­tinó a miles de jóvenes en todo el mundo y promete desarrollarse más en el siglo xxi. Y es que, desde los años setenta, el movimien­to skinhead traspasa las fronteras de Inglaterra para extenderse por la vieja Europa primero y por el resto del mundo después. Cada escándalo reflejado en los titulares de la prensa británica; cada pali­za a un inmigrante negro, musulmán o asiático comentada en las tertulias radiofónicas; cada imagen de sus cráneos rapados asoman­do en las gradas de los estadios, no hacían más que extender su fama. Y así comenzó a tejerse la leyenda. Para la conservadora sociedad burguesa británica los skinheads eran los más violentos, los más duros, los más irreverentes... y por tanto, para ciertos sec­tores de la juventud, eran los más audaces, los más intrépidos, los más consecuentes. Es decir, los más admirados.

Cuando Margaret Thatcher, ante la avalancha de actos vandáli­cos protagonizados por los neonazis, declaró que iba a «crucificar» a todos los skinheads, la imagen de un skinhead clavado a una cruz se convirtió en uno de los tatuajes más solicitado en Londres, y pronto se transformaría en un símbolo universal que yo me he encontrado estampado en camisetas, llaveros, pósters, y tatuado en la piel de docenas de camaradas skins de todo el mundo.
Probablemente elementos tan blasfemos como la imagen del Cris­to‑skin, o lo que es lo mismo, tan transgresores de las buenas cos­tumbres y los símbolos más sacrosantos del sistema, fascinaron a miles de adolescentes. Embriagados por la fuerza profanadora y radical de aquel movimiento, que se atrMa a enfrentarse a todos los representantes del Estado, las filas de los cabezas rapadas confi­nuaron creciendo día a día.
Su estética, por otro lado, intentaba potenciar esa imagen de dure­za y violencia, evolucionando hasta constituir un auténtico unifor­me. De los pantalones Sta. Prest o Levis jeans con el dobladillo hacia afuera, camisas y polos Fred Perry y Lonsdale y tirantes ‑here­dados de los mods‑‑‑, la estética evolucionó durante los ochenta a un aspecto más pararnilitar: cazadoras de aviador bomber o Harring­ton, pantalones de combate y botas oscuras Doc Martens de punta de acero con cordones blancos (que simbolizan la supremacía de lo blanco por encima de lo negro). También resultan característicos sus abundantes tatuajes por todo el cuerpo (rostros de Hitler o Rudolf Hess, runas, cruces garnadas, esvásticas, etc.). Y, por supuesto, la cabeza rapada al cero o al uno.

Naturalmente, me estoy refiriendo a la estética del movimiento skinhead‑NS, principal objeto de este estudio, y eje indiscutible del mundo skin. Pero hay que apuntar que existe todo un código secre­to ¿? entre las distintas ramificaciones del submundo skinhead. Como un lenguaje en el que cada elemento estético encierra un significa­do. Conocer esas claves secretas, para alguien que pretendía infiltrarse entre los cabezas rapadas, puede llegar a convertirse en una cuestión de supervivencia, y utilizar erróneamente un color de cazadora bom­ber o de cordones, en según qué subgrupo skin, podría llegar a ser considerado como una provocación, desatando contra quien tan tor­pemente ha actuado toda la furia de la violencia neonazi.

Y es que, sobre todo en el origen del movimiento, detalles como el color de los cordones resultaban fundamentales.

Los cordones blancos eran utilizados por los skin‑NS y WP, simbolizando la supremacía de la raza blanca sobre la negra. Los cordones rojos sim­bolizaban también el orgullo blanco y eran utilizados por los miem­bros del Frente Nacional Británico y los fascistas, anarconazis y en ocasiones por los red‑skins. Los negros pertenecían a los SHARP. Los verdes a los SxE‑sIcins. Los amarillos a los anarco‑skins y mesti­zos. Los rosados a los homo‑skins, etc.
Lo mismo ocurría con las cazadoras bomber. Las negras eran usadas normalmente por los varones, mientras que las rojas lo eran por las Chelseas, las azules por los SxE ¿? , etc. Cabe señalar que dichas cazadoras suelen ser naranjas por dentro y negras, azules o verdes por su parte exterior. Este detalle ha sido utilizado en muchas oca­siones por grupos skins rivales, poniéndose las cazadoras del revés uno de los bandos, y dejando así el color naranja hacia fuera como señal de provocación al enemigo.

El Ku Klux Klan llega a España

‑Así eran las cosas antes y así son ahora ‑sentenció Jordi mien­tras salíamos del bar y nos encaminábamos hacia la librería Europa.
Y, a medida que nos adentrábamos en la calle Séneca, me percaté de que las fachadas de los edificios cercanos estaban llenas de pintadas y grafitis antinazis, exigiendo la ejecución de todos los fas­cistas, el cierre de la librería Europa, la expulsión de los fachas, etc. No pude evitar sentir un breve pero intenso brote de admiración por las personas que, aun sabiéndose tan odiadas, continuaban manteniendo un negocio abierto al público en plena ciudad condal, siendo continuamente objeto de ataques, en alguno de los cuales habían resultado heridos los dependientes del mismo. La conclu­sión era obvia, aquellas personas que estaba a punto de conocer tenían que tener muy claras sus convicciones para soportar el con­tinuo desprecio, reproche y hasta violencia de los grupos izquier­distas. Y sentía curiosidad por conocer a aquellas personas que sólo podían ser unos idealistas fanáticos o unos dementes.
Nos recibió Maite, hermana de Pedro Varela *****, presidente de CEDADE y propietario de la librería Europa, Jordi la saludó calu­rosamente. Era evidente que se conocían y la compañía de Rommel se me reveló como el mejor salvoconducto para acercarme a los cír­culos neonazis catalanes. La librería Europa ha sido la ubre donde se han amamantado los neonazis de media Europa a lo largo de las últimas décadas. Y sin duda es el legado, y quizá la semilla hiber­nada, de la asociación neonazi más importante en la historia de Espa­ña: el Círculo Español De Amigos De Europa (CEDADE).

Fundado en septiembre de 1966, CEDADE no se presentó en sociedad hasta el ii de enero de 1967. Aquel primer núcleo de CEDA­DE, presidido por Ángel Ricote y sus compañeros falangistas y fas­cistas, no tardaría en ampliarse con la afiliación de nuevos simpati­zantes de la extrema derecha, procedentes de diferentes sectores políticos y sociales del país. Algunos de ellos, como Ramón B. o Enesto M., personajes claves en la historia del nazismo español, a los que yo quería llegar a entrevistar (por correo-e) en el transcurso de esta investigación, con objeto de averiguar ‑sin ningún género de dudas‑ si algún partido político de extrema derecha, o los ideólo­gos del nazismo español, realmente apoyan en secreto a los skinheads, aunque todos ellos pretendan abominar en sus declaracio­nes públicas de la violencia skin...

En aquella primera visita a la librería Europa observé, con cierta sorpresa, que además de los libros, vídeos y productos expuestos abier­tamente al público, existían otros, alejados de las miradas curiosas, que sólo eran adquiribles por los clientes de confianza. Y el hecho de acudir en compañía de un skinhead de probada lealtad al movimiento, a mí me abría las primeras puertas para acceder a esos productos.
Mientras jordi charlaba animadamente con la hermana de Pedro Varela, intenté recordar los detalles de un juicio que acaparó el inte­rés de la prensa internacional cuando, el 16 y 17 de octubre de 1999, Varela compareció ante un Tribunal de justicia, presidido por el magistrado Santiago Vidal, acusado de «apología del genocidio» e «incitación al odio racial», delitos por los que la fiscalía, representa­da por Ana J. Crespo, solicitaba cuatro años de cárcel (dos penas de dos años de prisión) y una multa de 9oo.ooo ptas. Se afirmaba asi­mismo que Varela era reo de un «delito continuado de genocidio», discriminación, e incitación al odio y la violencia por motivos racis­tas. La acusación particular compuesta por la Asociación judía ATID de Barcelona, SOS Racismo y su representante ‑el letrado jordi Galdeano, que solicitó una pena «en los términos más ejemplan­zantes»‑, y la Comunidad Israelita de Barcelona ‑representada por el letrado Ferrer‑, exigían por su parte penas que sumaban finalmente ocho años de prisión. Y, frente a ellos, los letrados de la defensa, José María R***** ***** y Eduardo A., personaje de gran peso en la historia de la extrema derecha española.

Mientras el propietario de la librería Europa se enfrentaba a la Justicia, numerosas asociaciones antinazis convocaron manifestacio­nes de todo tipo contra el legado del III Reich. Los participantes se manifestaron ante el edificio de los juzgados con ataúdes de cartón y velas en nombre de las víctimas del holocausto. Se trataba de la «Plataforma cívica contra la difusión del odio. Nazismo nunca más», que contaba con el apoyo de la B'nai B'rith, la Comunidad Israelita de Barcelona, la Fundación Baruch Spinoza, la Liga Anti­difamación, Maccabi Barcelona, la Asociación judía Atid de Catalu­ña, la Asociación de Relaciones Culturales Cataluña‑Israel, Arnical de Mauthausen, Coordinadora Gay‑Lesbiana, Sos Racismo y Unión Romani. La presencia ‑con escolta de agentes, y cubierta por la televisión israelí‑ de Shimon Samuels, responsable del Centro Simon Wieserithal, fue la gota que colmó el vaso, desatando las iras de todos los skinheads y demás neonazis españoles, que se veían reflejados en la figura de Pedro Varela, ya trascendido al rango de «mártir de la causa aria».

Habían transcurrido más de dos años y Pedro Varela no sólo no había cumplido la condena de cinco años de cárcel a que fue sentenciado ‑la pena fue recurrida por sus abogados‑, sino que la librería Europa seguía funcionando, y allí estaba yo, adquiriendo libros, videos y revistas neonazis (totalemente legales por otra parte), con total tranquilidad.

Para cuando salí de la librería Europa era consciente de que había dado un paso de gigante en la investigación. Pero quedaba mucho camino por andar. En torno a este comercio barcelonés orbitan todo tipo de grupos de extrema derecha y neonazis, antagó­nicos y contradictorios entre sí; Democracia Nacional, el Movimien­to Social Republicano, Alternativa Europea, Alianza por la Unidad Nacional... todos ellos aspiran a obtener un cierto reconocimie
en la España del siglo xxi. Abomínan de la democracia, pero apea a ella para poder ejercer un derecho que, sin ninguna duda, nega­rían a sus adversarios en caso de ostentar el poder que anhelan. Y quizá por esas aspiraciones políticas, los partidos ultras y neonazis remegan del movimiento skinhead, tildándolos de violentos, incon­trolados y alejados de sus respectivos partidos... Así que uno de los objetivos que me marqué fue averiguar si realmente los partidos políticos de extrema derecha tienen alguna relación con el movimiento de los cabezas rapadas o, por el contrario, y como ellos afirmar), se trata de una campaña de descrédito contra ellos orquestada por el ZOG (Gobierno de Ocupación Sionista), o la prensa del sistema Y Jordi me puso en la pista. Llevaba meses escribiéndose con unos jóvenes de Galicia que estaban intentando fundar una célula del Ku Klux Klan en España, y que a la vez parecían estar muy relacio­nados con Alternativa Europea. Según Rommel, aquellos skinheads eran voraces consumidores de libros e información nacionalsocia­lísta, que se veían obligados a adquirir por correo o vía Internet, a causa de la falta de comercios especializados en esta literatura en su región. A pesar de ello, se llevaban muy mal con los responsa­bles de la librería Europa, a quienes tildaban de usureros, por razo­nes que en ese momento no podía comprender.

Y es que, a pesar de su innegable relevancia histórica, la librería Europa ya no es la única distribuidora de libros o discos neonazis ¿? (librería europa nunca ha vendido RAC)en España. Por el contrario, cada día hay más, y la mayoría están directamente relacionadas con grupos, revistas o páginas web nazis, ofreciendo a los skinheads que no viven en grandes ciudades como Barcelona, Madrid o Valencia la posibilidad de adquirir por correo todo tipo de material con el que nutrir su hambre de información fascista.
Ediciones Nueva República (en Monins de Rei, Barcelona), estre­chamente vinculada con el Movimiento Social Republicano; Fah­renheit 451 (en Gijón), dependiente del Centro de Estudios Indoeu­ropeos, o Heritage Distribution (en Logroño), perteneciente a Orgullo Nacional, son algunos ejemplos. TigerSS contactó con todos ellos y, a través de sus consejos, seleccioné los libros que debía leer, y que en su mayoría no pueden ser conseguidos más que en esas distri­buidoras especializadas:

De:« ***** ***** ***** »
Para: Tiger‑88@eresmas.com Asunto: Re:88
Saludos camarada. Te mandaremos cosas a tu dirección pos­tal. Lo mejor que puedes leer es el Mi lucha de Adolf Hitler
(te mandaremos direcciones de sitios que venden libros sin cen­surar). También está muy bien El mito del siglo xx de Alfred. Rosenberg, este último libro es algo más complicado. Los libros que sí se pueden conseguir en cualquier librería son los de F. Nietzsche, te aconsejo Así habló Zaratustra, La genealogía de la moral, y Más allá del bien y del mal. De Leon Degrelle te recomiendo Hitíer para mil años (también llamado Memorias de un fascista) y de Pío Baroja Comunistas, judíos y demás ralea (este último sólo disponible en algunos lugares afines al NS).
Bueno, respecto a la música NS, tienes diversos enlaces en nuestra página, y últimamente se organizan conciertos en España.
Próximamente, tras dos años, volverá a editarse nuestro zi­ne Falkata, que dejó de editarse por problemas represivos, este fanzine saldrá en CD y en papel.
Bueno te dejo, te mandaré las cosas cuando pueda (estoy algo liado). Hasta la próxima.
Heil Hitler!!

Y el fanzine volvió a editarse, y ciertamente me envió el material solicitado. El material viajaba por toda España, en discretos envíos postales, alimentando las ideologías de todos los grupos skinheads del país que no disponían en sus respectivas ciudades de librerías, editoriales o distribuidoras neonazis. Se me ocurrió contactar con los del Ku kIux Klan, de quienes me hablaba Jordi, para brindarme a hacerles de «proveedor» o «transportista» de ese material. Y el plan funcionó. Pocos días después salía hacia el noroeste del país, transportando un pesado paquete de libros que los del Klan habían adquirido por teléfono en una librería madrileña. Los responsables de la insólita iniciativa de crear una célula del KKK en España resul­taron ser Jorge A. y Ricardo C. .
Jorge, con DNI *****... y domiciliado en la calle C*****... nació en Alemania el ***** de *****de 19*****. Sus padres eran emigrantes españoles que buscaban trabajo en aquel país. No deja de ser sor­prendente que un hijo de emigrarites odie de tal manera a los inmi­grantes negros, árabes o asiáticos que vienen a España por las mismas causas por las que sus propios padres acudieron a Ale­mania.
En cuanto a R*****, nacido en ***** el ***** de ***** de 19*****, con DNI *****... y donricilio en la calle *****, donde vive junto con sus padres, es militar profesional. Cabo destinado en un centro de telecomunicaciones militares, por donde circula información de carácter reservado a la que él tiene acceso... Un dato que invita a la reflexión.
Ambos son skinheads con una activísima trayectoria. Pude leer arti­culos de alguno de ellos en publicaciones como Blut und Ehre, órga­no de difusión de la Hermandad Aria, y durante toda la investiga­ción me encontré sus nombres en boca de grupos neonazis de toda España. Así que, si quería introducirme a fondo en el movimiento skinhead, los del KKK eran el mejor camino.

No tengo palabras para describir el espectáculo que supuso obser­var a aquellos cabezas rapadas cuando les entregué el paquete y lo abrieron ante mí. Ignoraba que había transportado hasta ellos cua­tro primeras ediciones de libros alemanes, publicadas por el III Reich en 1933, tras el ascenso de Hifier al poder. Por un momento me pare­cieron niños abriendo los regalos de sus padres un 6 de enero,
Gritaban, saltaban, lloraban embargados por la emoción. Evi­dentemente no me encontraba ante unos muchachos que se ha­bían dejado seducir por una moda pasajera, o que formaban parte de una tribu urbana por mero esnobismo. Aquellos skins vibraban, des­bordados por un sentimiento nacionalsocialista que me era ajeno, pletóricos de gozo y alegría. Y creo que puedo afirmar que, de algu­na manera, veneraban aquellos libros como si fuesen reliquias reli­giosas, al acariciar suavemente los sellos originales del Reich impre­sos en las primeras páginas, sin duda por algún bibliotecario berlinés, durante los albores de la Segunda Guerra Mundial. No me resisto a transcribir algunos de sus comentarios, inmortalizados por mi cáma­ra. Calificaban aquellos libros con expresiones tan curiosas como «metralla salvífica», refiriéndose a que se trataba de textos origina­les del III Reich, que no podían haber sido «intoxicados» por los ju­díos (los nazis afimian que se ha mutilado el texto de todos los libros del Reich publicados después de la guerra). Baste decir que llega­ron a lavar aquellos libros con agua y jabón, literalmente, por si algán judío «los ha profanado con sus sucias manos».

‑Mira, tío, esto supera las películas de ciencia ficción cuando una hija entra en casa de un abuelo y encuentra libros antiguos, esto lo supera.
‑Traduce, traduce.
Uno de ellos, Jorge, estaba estudiando alemán cuando le conocí, sólo para poder leer las obras de Hitler, y demás ideólogos del nacionalsocialismo, en su idioma original.
‑Manual Nacionalsocialista Para el Reich y el Estado, o algo así.
‑‑o sea, que es un manual de pura doctrina NS... Ahí trae todo, raza, nación, Frente Nacional del Trabajo, todo...
‑Pero mira, mira, está en bajo relieve, es un libro de gran calidad.
‑Es del año 36, en pleno auge del Reich.
‑Esto es el nazismo puro, puro... Y no la mierda que venden en la librería Europa, porque yo vi una vez los precios por Intemet, y me cago en Dios, cuando una librería como ésa vende un libro de lucha al mismo precio que una librería cualquiera, para beneficio pro­pio, es sionista igual. (esto no pasa con este libro que es gratis =8>)
‑Pero mira, tío, un cuño original del Reich, del Frente Nacional del Trabajo, original, tío, original...
‑Esto no es la mierda del CEI ni esas trapalladas...
Durante mis conversaciones con los del KKK surgieron norn­bres, fechas y colectivos que me serían de enorme utilidad para ir formándome una imagen del movimiento neonazi en general, y de los skinheads en particular.

Calzaban botas Doc Martens, «para reventar cráneos» (sic.), y sus expresiones y comentarios durante nuestras charlas no dejaban lugar a dudas sobre su ideología. Repito de nuevo que se trata de transcrip­ciones literales de las cintas. Cintas que, como todas las demás, están a buen recaudo. Lo digo para que sea tenido en cuenta por mis ex cama­radas, a la hora de idear represalias contra el autor de estas líneas.
‑R***** estuvo en la Legión en Melílla, antes de que lo destina­ran aquí. Cuéntale, cuéntale.
‑Tiene que ser jodido estar allí rodeado de negros, ¿no?
‑Más que negros moros, que es peor, ¿eh? Es peor.
‑Tiene que haber más moros que blancos, ¿no?
‑En Melilla, el 70 por ciento de la población eran moros. Moros no, moracos de mierda. Pero dimos caña, ¿eh? Allí éramos doce skins, de Barna y Madrid, y nos reuníamos por la noche y a dar palizas, palizas. De hecho al final tuvimos problemas porque nos pillaron los mandos y nos abrieron un expediente.
‑¿Os denunciaron los moros?
‑La denuncia la puso la propia Policía Militar...
En ese momento de la conversación, los del Klan me enseñan unas fotos en las que uno de ellos aparece vestido con el uniforme de las SA hitlerianas, luciendo correajes, brazalete con esvástica y una daga original de las SS. Las fotos habían sido tomadas en algún bosque, durante alguna de las excursiones que los neonazis españoles realizan para integrarse en la naturaleza como mandaba el Füh­rer». Y en todas las fotos, el puñal aparecía en primer término. Todo un fetiche lujurioso para cualquier neonazi.
‑Hostia, pero esa daga...
‑Mira, mira, en el filo pone «Mi honor se llama fidelidad». Me la dio un cabo de la Legión...
‑Ésta es la daga de gala de las SS del año 36.
‑Joder, cómo te queda el traje.
‑Pues esta daga la consiguieron en Madrid, en una tienda de antígüedades, a saber quién la dejó allí.
‑¿Y si te dijera que el brazalete lo hice yo? ¿Verdad?
‑¿Sí?
‑Esto es el auténtico trabajo manual creativo de un NS, nada de comprarlo...
R***** sonreía, complacido. Mi espontánea admiración había nutri­do su ego. íbamos por buen camino, y continué halagando su uni­forme, su habilidad con la aguja y el hilo, y sobre todo aquella daga alemana. Él, sabedor de que poseía una auténtica joya para todo skin­head, continuó dándome una valiosa información.
‑Esta daga aún se la he de clavar en el corazón a un judío...
La daga en cuestión le había sido regalada por uno de sus com­pañeros de cacerías nocturnas en Melilla. Uno de los skinheads madri­leños con mayor leyenda, «predicamento», en la historia neonazi española.
‑El que te pasó la daga...
‑Ese hombre era un skin de los antiguos, alias El Comadre­ja. Ese hombre tiene delitos de sangre, tío, y era mi cabo, mi cabo. Carlos S. *****. Ese hombre tiene delitos de sangre, tío, y estu­vo en la cárcel y todo. Y el hombre ése, antes de irme, me llevó a su taquilla y me dijo, toma, esto es para ti. Éramos como her­manos.
‑Hostia, ¿El Comadreja?
‑¿Sabes quién es? Pues ese tío era como mi hermano, era mi cabo, mi cabo. Ése era uno de los skins más peligrosos que hubo en Madrid, y era mi hermano...
‑Ése sale en algún libro sobre nazis en España, ¿no?
‑Sí, me lo enseñaba a mí, mira aquí salgo yo, aquí salgo yo... Pues ése estuvo en los Guerrilleros antes de entrar en la Legión, en las Goes, y estuvo en Portugal, y le metió a un brigada negro del ejér­cito portugués. Y se comió seis meses en un correccional Militar. Era muy peligroso.
R***** hablaba con enorme admiración sobre su cabo en Melilla Para él se trataba de un ídolo, de un modelo a seguir. Y lo siguíó,

Tanto uno como otro son skinheads hasta la médula. Y sus expre­siones, comentarios y reacciones en el transcurso de la conversa­ción me permitían comprender mejor el movimiento neonazi. Un movimiento que, a medida que avanzaba mi investigación, se vol­vía mucho más complejo, rico, variado y hasta contradictorio. Muy lejos de los libros y artículos superficiales, y con frecuencia ten­denciosos, que había estudiado para documentarme. Como en casi todas mis infiltraciones, la realidad supera con creces a la ficción. Y las teorías de los «expertos» suelen quedar muy alejadas de la vida real.

‑¿Ves esta esvástica de plata que llevo al cuello? Éstas las encar­gamos aquí, en la joyería A... Tienen de madera pero nosotros las encargamos de plata. Dos por dos centímetros, 3.000 pelas.
‑De oro nunca, un NS de oro nunca, nosotros hemos abolido el patrón oro. De plata...
‑Un judío en Melilla a mí me las hacía de oro... una esvástica de oro...
‑Qué fuerte, ¿o sea, un judío en Melilla te hacía una esvástica?
‑Eso te demuestra cómo son.
‑Por cierto, en Melilla había judería, tío. Todos tenían comer­cios de joyería, electrónica... Iban con el Icipa, ¿sabes? Hijos de puta...
‑Pues los mataras, coño. Haber ido con una pistola y matarlos. Tanta Legión y tanta hostia...
Los comentarios de Jorge solían ser tan agresivos y radicales como éste. De hecho, según me confesó R***** en la intimidad, en alguna ocasión, a veces le costaba trabajo contenerlo, ya que su odio a los judíos y a los inmigrantes (inmigrames como sus propios padres y como él mismo en Alemania) a veces lo convertía en un tipo peligroso. De hecho, en aquellos días intentaba encontrar la forma de prender fuego al pueblo de Rivadavia (Orense), durante la celebración anual en la villa de una antigua fiesta de origen judío.
En varias ocasiones, a lo largo de los encuentros que mantuve con los skinheads que trabajan en la fundación del KKk viví momentos de gran angustia y tensión, pues estuve varias veces a punto de ser descubierto. Por ejemplo mientras tomábamos unas cervezas en una céntrica cafetería, discutiendo el problema de la inmigración con el representante local de un partido de extrema dere­cha, al que habían convocado para mostrarle los libros que yo les había entregado una semana antes...
‑Enseña, enséñale otra vez los libros... Al lado de esto, todo esto que nos rodea es basura, desechos del hombre, no son perso­nas ni son nada, son mierda, que había que matarlos, no tienen dere­cho a vivir...
‑Pero por desgracia están ahí.
‑Lo que te dije siempre, somos pocos, lo que hay es que ser serios para poder construir algo. Todavía se ven negros, ayer vi a uno que iba con una rubia...
‑Joder...
En ese instante una joven de raza negra entró en el local, y la reac­ción de Jorge fue extremadamente violenta. Maldije mi suerte. Si comenzaban a agredir a la muchacha la situación se me iría de las manos. No podría impedir la agresión sin revelar mi identidad, pero tampoco podía participar porque no pensaba agredir a nadie por un reportaje, y en el caso de que la policía nos detuviese y nos cachease, descubrirían mi cámara oculta...
‑Pero habéis visto a esa puta... habéis visto qué piel de lagartija...
La expresión «piel de lagartija» me llamó la atención, y me ha hecho gracia la ocurrencia de no ser porque, a menos que reacionase pronto, unos minutos después podíamos estar rodeados de policías por agredir a una ciudadana africana.
‑Tranquilízate, camarada ‑fue lo único que se me ocurrió decir‑, porque tenemos que ser astutos como lobos. Si rnontamos un follón ahora nos va a pillar la policía, y si te trincan con estos libros los van a confiscar, y nos quedamos sin algo mucho rnás valioso que darle un escarmiento a esa negra... Negros hay derna­siados, pero estos libros son únicos...

Y Odín me sonrió. Jorge volvió a sentarse y se terminó la cerve­za. En aquel momento yo ignoraba que el joven skinhead se encon­traba recibiendo tratamiento psiquiátrico. Sin embargo, no puedo abstenerme de transcribir un comentario que hizo a continuación, y que enuncio sin ningún ánirrio de chanza o burla. Creo que pue­de reflejar otro aspecto de la naturaleza de los skinheads digno de ser tenido en cuenta.
‑Joder, porque yo nunca he estado con una mujer, pero el día que lo esté será una mujer blanca de raza aria pura, para tener hijos blancos puros...

No pude evitar pensar que me habría encantado encerrar al joven neonazi virgen, a pesar de haber cumplido ya los 26 años, con algu­na voluptuosa modelo negra en una habitación de hotel, durante treinta minutos. Quizá eso le habría hecho replantearse sus obse­siones xenófobas. Pero, bromas aparte, según las estadísticas el 90 por ciento de los skinheads dejan o se distancian del movimiento neonazi tras establecer una relación sentimental estable, o casarse... Todo un dato.

En cuanto al KKK, se trataba de un sueño en el que aquellos neonazis llevaban trabajando varios meses. Ya habían contactado con una oficina secreta de captación del KKK en Chicago (cuya direc­ción también se encuentra ya en mis archivos), y a través de la cual pretendían formar una célula en España. Lo más ridículo de tan insó­lito proyecto es que, de encontrarse en EE.UU., tanto Jorge como R***** serían objeto del desprecio y de la violencia de los caballeros del klan, que incluyen a los hispanos (Hipanos pero no Hispanicos Sr. Antonio...) en la lista de sub‑humanos, junto a negros, judíos o mestizos...
‑¿Cómo lleváis lo del KKK?
‑Primero hay que afiliarse y crear una célula aquí, y después ya se verá...
‑¿Y cómo se hace?
‑Primero hay que pagar la cuota, 45 dólares anuales, al cambio es...
‑No lo veo caro.
‑Entonces ya estás afiliado como miembro del KKK, y te man­dan revistas y cosas.
‑¿Y después?
‑Pues cuando ya somos unos cuantos, ya podemos empezar a hacer cosas...
‑Lo del klan hay que llevarlo adelante, sería precioso...
A través de aquellos dos skinheads conocí, a grandes rasgos, la historia de los caballeros blancos del KKK. El Klan nació en el sóta­no de una mansión destruida por la Guerra de Secesión, en la peque­ña ciudad de PulasIcí, en el estado sureño de Tennessee. En 1866, hace casi un siglo y medio, un grupo de oficiales del Ejército del Sur formaron un «círculo social dedicado a la protección de los valores cristianos y occidentales». Seis oficiales se reunieron ante un crucifijo y velas. Tomaron la palabra griega kyklos, de la que deriva nuestra palabra «círculo» y la adaptaron fonéticamente corno Ku Klux. Y le agregaron la palabra Klan, alegando que los miern­bros de ese círculo pertenecían a los clanes de hombres blancos. a Gobierno de ocupación había lanzado una política llamada «de reconstrucción» para «domesticar» a los estados rebeldes del sur. Con tropas federales por todas partes y con los negros ganando derechos civiles, adquiriendo propiedades y consiguiendo bancos en los congresos estatales, los caballeros del Klan decidieron «poner orden». Así comenzó lo que llamaron el «Imperio Invisible», un círculo de caballeros guardianes de la nación, la raza y la civili­zación occidentales. En 1867 el Klan convocó su primer congreso en Nashvffle, y se dotó de una organización y un estatuto. El Man creó un código propio, con señales secretas, rituales de iniciación y una jerarquía presidida por un Gran Mago que sería secundado por Grandes Dragones, Grandes Titanes y Grandes Cíclopes. Una compleja estructura de símbolos y códigos secretos, muy similar a los rituales paganos, de cariz esotérico, que realizan los neonazis europeos hoy en día, y que desvelaré más adelante.

El congreso norteamericano votó en 1870 Y 1871 leyes durísimas para atacar al Klan y cientos de sus miembros fueron arrestados, con­denados y también ejecutados. Debido a las continuas persecucio­nes el Klan fue desapareciendo, pero en el año 1905 resurgió. Lo volvió a fundar un coronel, William Simmons, que también era predicador y que se había inspirado en una novela sobre el viejo Klan y en la famosa película de D.W. Griffith El nacimiento de una nación, obra maestra del cine mudo y una eficiente glorificación del Imperio Invisible, cuya visión recomiendan todos los neonazis (y que regaló la Generalitat de Cataluña en tiempos =8>). En los años veinte el Klan llegó a tener más de cuatro millones de miern­bros y un enorme poder político. Pero la gran depresión económica de los años treinta debilitó al grupo, estructurado ya como una secta, y el comienzo de la guerra casi lo liquida. Muchos de sus dirigentes, que querían que EE.UU. se aliara con el III Reich contra la Unión Soviética, fueron encarcelados y condenados. La semilla, sin embar­go, sobrevivió y resurgió hace treinta años. Y el fervor y devoción, con que los skinheads se referían a esta asociación me impresionaron casi tanto como su sincero amor por el nacionalsocialísmo. Había algo de místico y trascendente en su forma de hablar de la supre­macía blanca y la pureza racial. Lo que reproduzco son frases lite­rales, transcritas fielmente de las grabaciones en vídeo.
‑Si el que está entre nosotros no intenta poner algo de fe, que el demonio le castigue...
‑¿Cuál es el único patrimonio que jamás pueden arrancarte?: la fe. Es un patrimonio nuestro, único, que jamás nos podrán arrancar. Pueden golpeamos, arrastrarnos, pero no podrán quitarnos la fe...
‑Tenemos un día que coger un coche y alejarnos 40 0 5o km, al bosque, y allí hacer oración, porque hay que tener momentos de fe en esta mierda degradante. Llevar allí libros y hacer oración. Ir a un bosque un fin de semana, apartados de toda esta mierda Y hacer deporte, hostia, y no tanta mierda de droga.
Confieso que cada vez que repaso las grabaciones de estas con­versaciones siento la misma fascinación. Los gestos, el tono, la emoción que transmiten estos skinheads al hablar de sus sueños y aspi­raciones resultan estremecedores.

Sin ninguna duda, se trata de la mis­ma convicción, devoción y fe que experimentaban los primeros segui­dores de Adolf Hider, tras llegar al poder de Alemania en 1933‑ Y, como ellos, en manos de un líder carismático, estarían dispuestos a todo por sus convicciones fascistas. Por su fe.
Y estos skinheads, como otros muchos que conocería después, bus­can ansiosamente eso: un líder. Como en toda estructura pirarnidal de corte paramilitar y absolutamente sectario, la tropa de base ‑los cabezas rapadas‑ anhela una cadena de mando. Un nuevo Führer, un líder mesiánico que instaure un IV Reich. Los del KKK lo bus­caron en diferentes partidos y asociaciones políticas de extrema derecha y neonazis, como AUN o Alianza Europea.
Según mis investigaciones, ya desde principios de 1997 Jorge mantenía una relación epistolar con Ramón B, quizá el máximo ideólogo del nazismo español. A la vez que intimaban con Ramón B., los del KKK se convertirían pronto en delegados de otras aso­ciaciones nazis españolas, en su zona. A medida que mi investiga­ción me permitía acceder a archivos, bancos de datos y registros de ¡a otros grupos skinheads, los nombres de Jorge y R***** aparecieron como miembros activos, delegados o adeptos cercanos al movmiento Skin Burgos, La Orden Negra, Harrimerskin, Thule, etc. Yo mismo terminaría formando parte de alguno de esos colectivos neonazis poco después.
Sin embargo, sus colaboraciones más estrechas sin duda se han dirigido hacia Alternativa Europea. Hasta el extremo, según me confesaban ellos mismos, de haber sido los responsables de organi­zar diferentes reuniones entre neonazis gallegos y los mismísimos dirigentes de AE, Joan M***** y Juan Antonio L***** *****, desplazados hasta Galicia para tal fin. Rastreando en mis archivos, encontré cornentada alguna de estas primeras reuniones en las publi­caciones oficiales de AE, por ejemplo en Alternativa joven. Hoja Juvenil Informativa de Alternativa Europea, no 5, enero 97, Pág. 7.


En esa reseña sobre las actividades de AE en Galicia se publica ya el apartado de correos de la nueva delegación de AE en Vigo, esta­blecida tras reuniones personales con los nuevos delegados, pero naturalmente se obvia mencionar que tras esas reuniones se encon­traban unos jóvenes skinheads simpatizantes ‑o algo más‑ del KKK.
Estoy seguro de que si alguien preguntase a L***** o M*****, cuyas ambiciones políticas son conocidas por todos los analistas de la extrema derecha española, su opinión sobre los skinheads, aborni­narían de tal movimiento por violento e incontrolado... Sin embar­go, los inspiradores del KKK en España, deseosos de quemar vivos a los judíos de Rivadavia, y con experiencia en la caza del moro» en Melilla, trabajaban‑‑‑desde principios de 1997‑ para ellos. Creo que tanto AE corno Democracia Nacional, Alternativa por la Uni­dad Nacional, o el Movimiento Social Republicano, deberían dejar sus posturas hipócritas, y reconocer cuánto deben a los skinheads españoles. Porque tanto DN como AUN o el MSR están relaciona­dos con los skinheads. Lo sé porque yo era uno de ellos. No lo he leído en ningún libro ni me lo ha contado nadie... pero de todo esto me ocuparé más adelante.
Volviendo a los del Klan, confieso que sería de gran interés poder transcribir todas las horas de conversación que mantuvimos durante nuestros encuentros. Cada charla estaba llena de matices. Y no sólo las palabras, sino los gestos, las reacciones, la entona­ción... todo me daba una información fascinante e inédita sobre el neonazismo en el siglo xxi.

‑¿Y qué fue de AE?
‑En España siguen siendo lo mejor que hay. De hecho, AE ha aglutinado a todas las asociaciones NR que había, todos están en NR, todos. Igual que MSR. ¿No te recuerda a la República fascista de Mussolini?
‑Es que es eso, tío, es eso. Y trabajan ¿eh? Estaban en El Eji­do, en todos lados...
‑Allí hay moros, tío.
‑¿Y dónde no hay?, ¿aquí no hay moros?
‑joder, sí hay. Aún hoy, dos negros... Pasábamos nosotros y se para uno y dice «qué pasa». Era para ir allí y darles una paliza, hijos de puta. Se para así y dice «qué pasa». Casi me lo cargo, joder. Están fuera de su país, así que tenían que ir con la cabeza agachada, y que ni la levanten, joder.
‑Pero haces algo y te viene la poli encima.
‑Joder, tío, nos están colonizando, es que nos están colonizan­do...
En una ocasión, mientras nos encontrábamos reunidos con otros neonazis gallegos en una cafetería, alguno de los clientes del local tomó una fotografía a un compañero de su mesa. El resplandor lle­gó hasta nosotros y Jorge, el más violento del grupo, se levantó de un brinco.
‑¡Me cago en Dios! ¿Quién ha hecho una foto? ¿Quién ha hecho una foto?
Otro de los presentes intentó calmarlo, y le costó trabajo lograr­lo. Jorge, como todos los demás skinheads que conocí, sufre una cons­tante paranoia. Una obsesiva sensación de estar constantemente vigilado por la policía, el CESID o las hordas sionistas. Y tienen razón. Aunque en esta ocasión no era ninguno de esos tres elementos el que les estaba espiando, sino yo. Y esa misma tarde, como si su intui­ción hubiese sido tan menospreciada como su inteligencia, el obje­tivo de su paranoia fue el gorro de lana con el que ocultaba mis mele­nas en todos nuestros encuentros personales.
‑Pero quítate el gorro, joder, que siempre estás con el gorro. Quí­tate el gorro...
Estoy seguro de que me quedé pálido. Y aún no sé cómo conse­guí esquivar la mano que había dirigido hacia mi cabeza con la inten­ción de descubrirme. Intenté conservar la calma y, sin dejar de son­reír, le dije algo así como que primero se quitase él los pantalones o la bomber, y rápidamente cambié de terna, mientras estudiaba las posibilidades que tenía de enfrentarme a los skinheads que me rodea­ban en aquel momento, y salir airoso si Jorge insistía en quitarme el gorro y descubría que mi cabeza no tenía nada de rapada. Roga­ba a las Valkirias que no dejasen que el corazón me saliese por la boca, que mi respiración no se agitase tanto corno para delatar mi terror, y que mi voz no se quebrase y pudiese continuar hablando como si el nazi hubiese hecho un comentario estúpido e intrascen­dente sobre mi gorro. Visionar esa cinta todavía me hace revivir el brote de pánico que sentí en aquel momento. Pero esa tarde corn­prendí que infiltrarse a fondo entre los cabezas rapadas no iba a ser tan sencillo como yo suponía. A la mañana siguiente me afeité la cabeza al cero.

Tuesday, November 22, 2005

DIARIO DE UN SKIN gratis. ¡No lo compres! PROLOGO

ppAVISO: de todos es conocido los datos ocultos que cada programa que usamos recopila, pudiendo utilizarse para identificar el equipo en que se redactó esta obra que lees, a través de la Red.
Pues lo lamento pero se han tomado varias medidas para evitar identificar al autor… que aproveche tanto desatino comercial. Aún hay faltas ortográficas que no se han podido corregir por la premura de ponerlo al alcance de todos e impedir su venta. En esta edición ‘on-line’ se han eliminado los datos concretos de personas que si parecen en la versión de papel, como apellidos, nº de teléfono, de DNI, etc.ODIO50


INDICE

Prólogo………………………………………………………………..……11
Capítulo 1. La infiltración………………………………………..….…….15
Capítulo 2. Cabezas rapadas, corazones furiosos……………..……..39
Capítulo 3. El movimiento skinhead en España…………………..……69
Capítulo 4. El enemigo de mi enemigo es mi amigo………………….119
Capítulo 5. Ellas: cuando el skin lleva nombre de mujer……………..137
Capítulo 6. El sonido del odio……………………………………………159
Capítulo 7. Paganos, satánicos y esotéricos…………………………..201
Capítulo 8. El poder de la ira……………………………………………..259
Capítulo 9. Cazadores de hombres……………………………………..281

Epílogo………………………………………………………….……………313

Notas…………………………………………………………………………327

Anexo…………………………………………………………………………335

Anexo documental…………………………………………………………..341




A Santi y Chema por creer que lo imposible puede hacerse. Y a mis compañeros en el equipo de investigación, María, Eva, Antonio, Alberto, Alfonso y Fernando, que compartieron mis miedos.
Al agente David X., gracias al que, quizás, sigo con vida.
A Arcanus, Lector, Charly, Miguel y los demás… por consentir mis extraños comportamientos y continuar estando ahí.
A Belinda. Sin tu desamor no habría sido posible.


Prólogo

Sergio y su hermano David bajaron las escaleras del aparcamiento pletóricos de alegría. Su equipo el Futbol Club Osasuna había perdido por dos a uno, pero la emoción del partido y aquella primera visita a la capital de España compensaban el esfuerzo del viaje. Además la imponente y colosal grandiosidad del Santiago Bernabeu había impresionado a los dos jóvenes navarros, disipando el disgusto de la derrota.
Cuando salieron del estadio tras el partido se dirigieron rápidamente al aparcamiento para recoger su coche y enfilar la autopista del norte. Querían hacer noche en casa y tenían muchos kilómetros por delante. No hablaron con nadie. No provocaron a nadie. No incitaron de ninguna manera el odio que se estaba gestando contra ellos.
Apenas tuvieron tiempo de descender hasta el primer descanso por aquellas escaleras cuando de pronto David sintió un potente golpe en la espalda. José Carlos F. uno de los miembros más activos de la peña madridista Ultrassur se había acercado a ellos sigilosamente, propinando a traición una brutal patada al joven navarro. La bota de José Carlos se hundió en la columna de David, haciéndole perder el equilibrio y caer de bruces contra la pared de enfrente. La sangre del joven salpicó el suelo del aparcamiento cuando su ceja derecha se abrió por el golpe.
Casi al mismo tiempo otros tres componentes de Ultrassur se unieron a José Carlos en la feroz agresión.
David no era capaz de comprender lo que ocurría cuando una tormenta de golpes se cebó con su frágil cuerpo. Y como única defensa posible se acurrucó en el suelo intentando protegerse la cabeza, con las manos, mientras la lluvia de puñetazos y patadas granizaba sobre él.
Sergio tuvo más suerte. Consiguió esquivar los primeros golpes de los skinheads del Real Madrid y echó a correr en busca de auxilio, mientras su hermano recibía el odio de los “neonazis” de Ultrassur. Los gritos de socorro de Sergio resonaron en el aparcamiento subterráneo de la Castellana, provocando un instante de confusión en los cabezas rapadas, que dudaron entre seguir masacrando a Javier o perseguir a su hermano. Y ese segundo de indecisión tal vez salvó la vida al koven navarro que, cegado por la sangre que manaba a borbotones de su ceja, oído y labios rotos, huyó a tientas, guiado tan sólo por su instinto de supervivencia. Tuvo mucha suerte. Por fortuna escapó escaleras arriba. Si lo hubiese hecho hacia el interior del subterráneo habría sido atrapado por los Ultrasur en un callejón sin salida y no habría podido escapar.
Subiendo las escaeras de tres en tres consiguió alcanzar la calle, pero allí le esperábamos otro grupo de skinheads y cuatro o cinco de mis compañeros lo rodearon justo en la esquina de General Perón con Castellana, rematando la faena iniciada por José Carlos F. De nuevo David procuró salvar su vida acurrucándose en el suelo e intentando que las patadas y puñetazos no le destrozasen la cara… más de lo imprescindible.
Yo estaba paralizado por el horror. Sabía que si intervenía para proteger a David me delataría como infiltrado, y ni mi cabeza completamente rapada, ni mi cazadora bomber cubierta de svásticas, ni mis botas militares, me protegerían. También sabía que al no participar en las palizas estaba comenzando a levantar sospechas entre los skinheads.

Pero, sobre todo, me aterrorizaba pensar que alguno de los neonazis que me rodeaban descubriese la cámara oculta que, escondida bajo mi bomber, llevaba meses grabando las andanzas reuniones y forma de vida de los skins españoles Pensé en gritar: «¡Que viene la policía, pero mi garganta estaba tan petrificada como todo mi cuerpo. Y no pude. Ojalá David pueda perdonarme algún día por aquel pánico paralizante.
Gracias a Dios, la paliza duró sólo unos minutos. De pronto, alguien nos advirtió de que coches con matrículas de Navarra estaban saliendo del aparcamiento y todos corrimos a coger «munición para apedrearles. El estrépito de los cristales rotos inundó la Castellana mientras gritábamos: Sieg heil sieg heil
El odio. Un odio nacional, absurdo e irrefrenable nos embargaba a todos. Nos envolvía, como un banco de espesa niebla. Nos impregnaba, como el olor del tabaco en la sala de espera de un paritorio. Se nos adhería a la piel, como el sudor en una sauna. No podías eludirlo. Te empapaba. Yo no entendía de dónde venía. No podía verlo, olerlo ni tocarlo. Pero estaba allí. Abrazándonos fuertemente y creciendo a medida que duraba la cacería Aquel odio extraño y misterioso nos unía a todos los guerreros arios como el vínculo secreto de la hermandad. En aquella cacería como en todas las demás, lo único que teníamos en común aquellas docenas de jóvenes españoles eran nuestras cabezas rapadas, nuestra estética neonazi y aquel incomprensible brote de odio que sólo podíamos liberar golpeando, y apaleando a quien considerábamos «el enemigo 90».
Esa noche «el enemigo» escogido para saciar nuestra sed de violencia no eran travestis ni negros, ni moros, ni «guarros», ni mendigos, ni «pijos», ni siquiera judíos. Esa noche nuestro secreto aliado, el odio, había escogido un nuevo manjar para saciar su apetito. Nuestra misión consistía en apedrear, robar y apalear a todos los hinchas del equipo rival que encontrásemos a nuestro paso. Sin preguntas ni concesiones.


Así que, envuelto en aquel torbellino de adrenalina, me dejé llevar por la corriente y escuché mí propia voz, como la de un extraño, maldiciendo a la madre de nuestras víctimas, mientras tomaba una piedra de los jardines de la Castellana para apedrear a los coches navarros que salían del aparcamiento. Si no fuera porque mi cámara oculta grabó todo el episodio, a la mañana siguiente creerla haber tenido una atroz pesadilla. Tan sólo en esa noche los componentes de Ultrassur ‑uno de los muchos grupos neonazis españoles con los que conviviría durante casi un año‑‑‑ propinamos más de medio centenar de palizas en los alrededores del Santiago Bernabéu. Después de cada paliza robábamos a nuestras víctimas algún «trofeo». Un «fetiche» que pudiésemos mostrar a nuestros líderes Ocha Alvaro y Gordo ***** como prueba de nuestro valor Una bufanda, una mochila, un jersey... cualquier prenda hurtada a los desafortunados que acabábamos de masacrar servía. Y si estaba manchada con la sangre de nuestras víctimas, mejor.
Pero todo esto ocurría meses después de que hubiese abandonado mi vida habitual para convertirme en uno de los más activos componentes del movimiento skinhead español... así que tal vez debería comenzar por el principio.

Monday, November 21, 2005

Capitulo 1: La Infiltracion

“Sólo puedo combatir por lo que amo, amar sólo lo que respeto, y a lo sumo respetar sólo lo que conozco”.
Adolf Hitler- Mi lucha –

Quien esto escribe ha realizado numerosos trabajos de investigación introduciéndose como infiltrado en diversas organizaciones, desde mafias hasta sectas satánicas pasando por grupos de extrema izquierda o redes de trata de blancas... Pero nada le resultó tan difícil como introducirse, durante casi un año en la piel de un skinhead
En todos los casos, según mi experiencia personal, el infiltrado debe seguir un proceso de mutación muy similar al de un actor cuando prepara un papel. No basta un disfraz un cambio estético; tampoco es suficiente con estudiar el Fundamento teórico del colectivo que deseamos investigar. Al menos si el objetivo es un grupo potencialmente peligroso y pretendemos profundizar en el objeto de nuestro estudio y no limitamos a la elaboración de un reportaje superficial y simplista.
Es factible, y hasta sencillos disfrazarse de heavy metal para introducir la cámara oculta en un concierto clandestino ¿? ; o acudir a un barrio marginal para filmar una compra de heroína; o visitar un prostíbulo y entrevistar a hurtadillas a la esclava sexual de una mafia rusa; o engañar a un traficante de amas para grabar la adquisición de un revólver ilegal... Pero lo verdaderamente complejo, angustioso y psicológicamente agotador, es asumir la personalidad tan diferente a la propia durante un periodo largo de tiempo.

En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos diferentes a los míos en numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar instintivamente ante estímulos que se presuponen inherentes a la por personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin embargo, a medida que transcurren los meses, resulta más y más difícil mantener permanentemente la concentración que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea estrictamente necesario,
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica más trabajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro de un grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro‑terrorista... ni un nazi. Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos, Real, sincero, activo... auténtico. Sólo de esa forma es posible permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay segundas oportunidades. Por eso es tan importante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo. Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la música clásica, el interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y camaradería de los templarios, en los que intentan verse reflejados los actuales neonazis. Pero sabía que eso no sería suficiente, así que acudí a todo tipo de triquiñuelas psicológicas para intentar hacer más convincentes mis reacciones y comentarios ante situaciones imprevistas. Por ejemplo, recordé que una antigua novia mía se había casado con un cubano de raza negra, y procuré ensuciar mi mente imaginándomela haciendo el amor con aquel hombre de color, dejando que los celos me poseyesen e imaginando el rostro de aquel Cubano en cada varón de color que me cruzase por la calle a partir de entonces. Sólo así podría disfrazar mis reacciones ante los negros de un racismo que no siento.
Tal vez parezca una actitud exagerada a ojos del lector. Pero entre leer un relato como éste, y vivir durante casi un año dentro de la comunidad neonazi hay un abismo. Y el lector nunca sentirá los golpes, puñetazos, patadas o algo peor, que evidentemente sentiría un periodista descubierto en el seno de la comunidad skinhead, mientras la grababa con una cámara oculta. Así que toda precaución es poca.

Un periodista infiltrado tiene mucho más que perder ante otro tipo de topos. Si la infiltración es desarrollada por un funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado (Policía, Servicio de Inteligencia, etc.), el riesgo, en caso de ser detectado, es alto. Pero si es un periodista armado con una cámara oculta, el riesgo se multiplica por mil. En primer lugar, un grupo presuntamente delictivo sabe que las consecuencias de atentar contra mi miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado pueden ser muy graves; darle una paliza a un periodista, incluso asesinarle, no tendrá la misma repercusión en el ámbito policial que la agresión a un compañero. Además, un infiltrado que pertenezca a cualquier cuerpo de seguridad del Estado puede ir armado y, en general, se supone que un periodista no.

Por otro lado, el reportero que trabaja con una cámara oculta lleva adherida a ella una sentencia de muerte. Evidentemente, si un grupo de narcotraficantes la banda terrorista, o la mafia, sospechadel topo, puede actuar con mayor o menor violencia según lo intensas que sean sus sospechas; pero si al cachear al infiltrado le descubren una cámara oculta, las sospechas se tomarán en seguridad absoluta. Y obrarán en consecuencia.

Periodismo de investigación y cámaras ocultas

Las cámaras ocultas son un instrumento excelente para captar fragmentos de realidad sin adulterar. Congelan secuencias temporales, en las que todos los datos, actos, reacciones, comentarios y movimientos del objeto de nuestra investigación quedan fielmente registrados. Pero, en contrapartida, suponen un lastre porque restan capacidad de movimiento al infiltrado y dividen su concentración, ya que la mayoría de los equipos de grabación que utilizamos, al menos hasta fecha de hoy, tienen una autonomía de 90 minutos. Pasado ese tiempo, el topo deberá encontrar un lugar discreto para cambiar las baterías y las cintas de la cámara y renovar sus 90 minutos de vida Y doy fe de que, en ciertas circunstancias, resulta muy difícil conseguir que no descubran tu falsa identidad, acordarte de cambiar las cintas y las baterías y encontrar un lugar donde hacerlo sin levantar sospechas, todo ello a la vez.

Por otro lado, y sin entrar demasiado en detalles que pudiesen perjudicar a mis compañeros, existen básicamente dos tipos de equipos de grabación con cámara oculta. En primer lugar, están las pequeñas cámaras, alimentadas con una batería, que envían la señal captada a un emisor de radio. En este caso el infiltrado tan sólo debe transportar en su cuerpo tres elementos; cámara, batería y transmisor. Estos equipos, al ser mucho más pequeños, tienen la ventaja de ser más difíciles de descubrir. Sin embargo, presentan la difícultad de que debe existir un equipo de apoyo que siga de cerca al infiltrado, para poder recibir la señal de radio enviada desde la cámara oculta y grabarla en un magnetoscopio. Desgraciadamente, si el infiltrado debe penetrar en un sótano, ascensor, etc., la señal suele deteriorarse hasta el punto de quedar inservible, o simplemente desaparece y no hay imágenes ni sonido que grabar.
La segunda opción es, a día de hoy, más aparatosa. En este caso ‑y no profundizaré demasiado en los detalles‑ el infiltrado debe transportar en su cuerpo la cámara oculta, su batería y el magne­toscopio donde va grabando las imágenes que capta la cámara. Y como un servidor, dadas las particularidades de su trabajo y su empe­ño en no poner en peligro ninguna vida humana, salvo la suya, suele investigar solo, sin equipo de apoyo en la práctica totalidad de los trabajos de infiltración realizados hasta la fecha, ha utilizado siem­pre esta segunda opción.

En ambos casos, por un extraño mecanismo de autodefensa de la mente, resulta casi imposible evitar la incómoda sensación de que nos han descubierto la cámara. Una mirada casual, un gesto brusco, una reacción inesperada por parte de nuestros objetivos, producen inme­diatamente un brinco en el corazón, porque creemos que han descu­bierto la cámara. Pero cuando transportamos encima todo el instru­mental de grabación completo, sin equipo de apoyo, esa sensación se multiplica, ya que tememos constantemente que alguno de los cables que rodea nuestro cuerpo se haya soltado y asome por encima de nuestras ropas; o que el bulto del magnetoscopio o la mochila que transportamos haya delatado nuestra naturaleza como infiltrados... En suma, el miedo y la tensión son prácticamente constantes. Y así debe ser. Ya que el miedo nos mantiene alerta, atentos, concentrados. Y estoy convencido de que cuando un infiltrado pierde el miedo mien­tras realiza su trabajo, comete un error fatal. De hecho, y aunque la utilización de la cámara oculta en el periodismo de investigación tele­visivo es relativamente reciente, ya exísten ejemplos dramáticos, terri­bles y atroces, de en qué puede desembocar un error en este tipo de reportajes. No puedo evitar mencionar al menos un ejemplo, el de la desgraciada historia del conocido periodista brasíleño Tim Lopes.
Ocurrió en el verano de 2.002. Tim Lopes se había infiltrado en el ambiente de la prostitución y el narcotráfico brasileño y terminó abierto en canal por los dirigentes de una mafia que descubrieron su cámara oculta. Cedo la palabra a los compañeros de El País:

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»La policía brasíleña ha confirmado el asesinato del perio­dista de TV Globo Tim Lopes, de 51 años, que desapareció hace nueve días en una favela de Río de Janeiro cuando realizaba una investigación sobre el crimen organizado en torno al narcotráfico. Dos miembros de la banda homicida detenidos el domíngo confesaron que el reportero fue "juzgado y con­denado" sumariamente por un tribunal fantoche de delin­cuentes, tras descubrir que Lopes preparaba un reportaje. El presidente Femando Henrique Cardoso expresó su indigna­ción en nombre "de todos los brasileños" y aseguró que este crimen "rebasa todos los límites".

»El asesinato ha conmocionado a la profesión periodísti­ca, que hoy siente como nunca la indefensión frente a los delincuentes. "Es la primera vez que asesinan a un periodista en Río de Janeiro", dice Felipe Werneck, corresponsal de 0 Estado do Sao Paulo y colega de Lopes. El viernes pasado, una manifestación de compañeros de la víctima, convocada por sindicatos y asociaciones de prensa, recorrió las calles de Río para exigir mayor eficacia a las autoridades frente a la violencia y reclamar por el paradero del periodista desapa­recido.

»Tim Lopes fue visto por última vez a las ocho de la tarde del pasado 2 de junio por el chófer que le dejó a la entrada de la flivela Vila Cnizeiro, en el llamado Complexo do Alemao, donde viven unas 250.000 personas. La policía empezó a rastrear la zona al día siguiente. Era la cuarta vez que el veterano reportero visitaba aquel territorio de alto riesgo y la segun­da que lo hacía con una microcámara oculta'. Esta vez su obje­tivo era grabar clandestinamente una fiesta de música funk, en la que la venta de drogas y la prostitución infantil, con shows de sexo explícito, eran los protagonistas.

»La luz del aparato grabador alertó a uno de los narcotrafi­cantes, que rápidamente dio la voz de alarma al capo Elias Pereira da Silva, Elias Maluco, el hombre más buscado por la policía de Río de Janeiro, con dos órdenes de captura por homí­cidio y tráfico de estupefacientes. Según la policía, Elias Malu­co dirige un ejército de más de 3oo hombres armados y con­trola la mitad de la droga que se distribuye en Río. Unas 250.000 personas viven bajo su dictado en las favelas del norte de la ciudad. Hace dos años salió en libertad provisional después de pasar más de tres años preso.

»El jefe de la banda ordenó el traslado del periodista a la fave­la da Grota, su reducto principal, donde sus secuaces dispara­ron a las piernas de la víctima para impedir un intento de fuga. Maniatado y ensangrentado, fue trasladado a un lugar conoci­do como Microoridas, donde se realizan las ejecuciones. El maca­bro tribunal presidido por Elias Maluco dictó la pena capital. La sentencia la ejecutó, según la confesión de los detenidos, el jefe supremo con una espada de tipo samurai, que abrió en canal el cuerpo de Tim Lopes. Uno de los participantes en el simula­cro de juicio, conocido como Ratinho, había sido grabado en una ocasión anterior por la cámara oculta del periodista y aparecía en el reportaje Feria de droga, que emitió la cadena de televi­si6n Globo, y recibió el premio Esso de periodismo televisivo. El cadáver fue quemado y enterrado en un cementerio clan­destino. La policía de Río ha desplegado un espectacular opera­tivo en busca de los restos del periodista asesinado y un equi­po especial de la Policía Federal ha sido enviado desde Brasilia.”
Supongo que no es necesario que detalle cómo nos sentimos todos los periodistas de investigación cuando se publicó esta noticia en la prensa internacional, mientras nos encontrábamos infiltrados en algún grupo similar, utilizando nuestras cámaras ocultas...
En España, afortunadamente, todavia no se han producido suce­sos tan terribles. Sin embargo, en varias ocasiones, periodistas espa­ñoles que trabajaban con cámaras ocultas han sido descubiertos, reci­biendo brutales palizas, como aquella ocasión en que mi compañero Diego, reportero curtido en mil batallas, se introdujo en el sórdido mundo de la prostitución de lujo, siendo interceptado por los vigi­lantes de un fastuoso prostíbulo andaluz... todavía lleva en su mano derecha la cicatriz del «tatuaje» que le hizo el proxeneta con su navaja como advertencia. La próxima vez ‑vino a decir‑ te meto la cámara por el culo, y te rajo el cuello en vez de la mano... 0 el caso de Alfonso, que me dio cobertura en alguna de mis infiltracio­nes pero a su vez sufrió una brutal paliza a manos de los guarda­espaldas de un conocido cantante español...
0 aquellos reporteros de El Mundo‑TV que intentaban demostrar, grabando con cámara oculta, que el Real Madrid cedía entradas al Bernabéu a la peña radical Ultrassur y fueron descubiertos por varios de los que más tarde serían mis camaradas skinheads. Tardaron meses en recuperarse tanto la reportera como, sobre todo, el repor­tero de la paliza propinada por los ultras. Yo tuve más suerte. No sólo pude completar mi infiltración en la peña neonazi hasta sus últi­mas consecuencias, sino que salí vivo para contarlo... y grabarlo. (y venderlo y sacarme mis buenos $$$)

¿Infiltrarte en los skinheads? ¡Tú estás loco!

Mi experiencia en el periodismo de investigación, como infiltrado, me ha enseñado muchas cosas a lo largo de los últimos 18 años. Y tuve que echar mano de todas ellas a la hora de construir un per­sonaje, de forma lo suficientemente convincente como para penetrar en un mundo tan oscuro, siniestro, peligroso y profundamente desconocido como es el de los skinheads.
No existían precedentes. No se había hecho antes. No existían fuentes periodísticas ni compañeros veteranos que hubiesen pasa­do por este trance y a los que pudiese pedir consejo. Ningún repor­tero en la historia del periodismo español, ni siquiera las producto­ras más veteranas en el formato de la investigación con cámara oculta, habían conseguido introducir a un periodista entre los cabe­zas rapadas. Y resultó profundamente descorazonador descubrir que debería comenzar la investigación solo y desde cero, sin poder contar con el consejo o la experiencia de ningún otro reportero que ya hubiese caminado, aunque sólo fuese parcialmente, la senda que yo estaba a punto de recorrer. Ya que debía buscar ese consejo y esa experiencia en otros campos ajenos al periodismo, armado de paciencia, me dispuse a llamar a todas las puertas posibles.3
Dicen que para conocer a un objetivo lo mejor es acudir a sus ene­migos. Ellos, sin duda, habrán recopilado toda la información posi­ble sobre su adversario y podrán convertirse en una buena fuente de información, que posteriomente deberá ser contrastada por mí mismo para comenzar a familiarizarme con el movimiento skinhead. Así que me dirigí a asociaciones antixenófobas, como el Movimien­to Contra la Intolerancia; estamentos policiales, como la Brigada de Tribus Urbanas del Cuerpo Nacional de Policía; y hasta a servicios secretos israelíes, como el MOSSAD.
Evidentemente, si el mito que rodea a los skinhead era cierto, las víctimas de agresiones racistas, la policía o los servicios de informa­ción judíos deberían tener más información que nadie sobre los neonazis. Y así fue. 0 eso creí. Porque cuando acudí a estas fuentes recibí muchísima bibliografia, datos y dossieres que me resultaron muy útiles para familiarizarme con el fenómeno skin y que en aquel momento me parecieron extraordinarios. Sin embargo, eran informes lejanos, distantes, subjetivos. Reflexiones eruditas de sociólogos o psiquiatras, seguimientos policiales, informes bancarios, recortes de prensa, atestados de la Guardia Civil, autopsias a víctimas de una agre­sión neonazi, dossieres políticos, discografia skin, bibliografía nazi... Pero nada que pudiese hacerme comprender qué es lo que siente, lo que ama, lo que odia o lo que desea un skinhead. Podía conocer el exterior, pero no el interior de un cabeza rapada.
En esa montaña de información en la que me sepulté durante semanas, para estudiarla a fondo, no existía nada que me permitie­se entrar en la piel de un neonazi y entender los porqués de su rabia, de su orgullo, de su ira o de sus sueños. Porque si algo tenía claro es que los skinheads son hijos de mujer. No son entidades dia­bólicas sobrenaturales. Nacieron de una madre. Tienen hermanos, amigos, vecinos. Algunos hasta hijos. Fueron niños, adolescentes y por fin adultos. Comen, duermen, y también sueñan. En otras pala­bras, son humanos. Con todas sus consecuencias. Y ése era el terre­no que yo quería explorar.
‑Tienes razón ‑me dijo Esteban Ybarra (Se escribe Ibarra, pero lo dejamos así ya que este hombre no sabe ni escribir correctamente el apellido de los que le financian) cuando me reuní con él en la sede del Movimiento Contra la Intolerancia, en el barrio madrilefio de Lavapiés‑, ya lo decía San Ignacio, conocer al diablo es destruirle. Pero no vas a poder entrar ahí. Se conocen todos y no van a aceptar a un extraño, y menos que entres tan adentro como para que puedas comprenderles.
Las palabras de Ybarra, uno de los personajes más odiados por los skinheads españoles, fueron idénticas a las de otros interlocutores a los que escuché durante la primera fase de esta investigación...
‑Ni de coña ‑Santi B., alma mater del Equipo de Investiga­ción de Atlas, fue muy gráfico‑‑‑. Olvídate de entenderlos. Ya ten­drás suerte si consigues entrar con ellos en el Bernabéu o en un concierto, y entablar conversación con un rapadillo que te hable de Ochaita o de Ynestrillas o de cualquiera, y grabarlo. Pero llegar has­ta adentro, que tú puedas hablar personalmente con los líderes y, ade­más, saber por qué hacen lo que hacen... imposible.
Santi fue el inspirador de esta investigación, aplicando la cáma­ra oculta a una infiltración entre los cabezas rapadas, pero tanto él mismo como Cherna B., máximo responsable de los programas de esta productora, me confesarían más tarde que nadie creía que aquel encargo suicida pudiese llegar a realizarse. Cherna llegaría a decir­me en su despacho que en varias ocasiones estuvo a punto de abor­tar el proyecto, ya que «cada vez que pienso en este tema, más me parece una auténtica misión imposible».
‑Yo no te lo aconsejo ‑me dijo el inspector‑jefe Javier F., jefe del Grupo de Violencia en el Deporte del Cuerpo Nacional de Poli­cia‑. Si te descubren, no creo que te maten... pero una paliza fuer­te sí que te la darán, y en una paliza un golpe mal dado o dos...
Javier F. fue el responsable de la detención de Ricardo Guerra, el skinhead neonazi que asesinó a Aitor Zabaleta y que actualmen­te cumple condena en prisión. Guerra era miembro de Bastión, uno de los grupos nazis pertenecientes al Frente Atlético, los ultras del Atlético de Madrid.
Todos ellos: policías, periodistas, ONGs, espías, sociólogos, etc., coincidían en el mismo punto: infiltrarse entre los skinhead es impo­sible. Pero estaban equivocados. Y existe un policía que lo consi­guió, hace ya muchos años. Su nombre es David y es probable que yo le deba el continuar vivo.
David consiguió infiltrarse durante varios meses en uno de los gru­pos ultras españoles. Como yo haría posteriormente, asistió a sus conciertos y a sus mítines políticos, y estuvo con ellos en sus gradas en los estadios. David, a quien me unió una corriente de simpatía en cuanto fuimos presentados por su superior, probablemente es la única persona que puede comprender el miedo, la soledad y la angus­tia que yo viviría en los meses siguientes. Porque él lo vivió antes.
En nuestras conversaciones, en la intimidad de un café situado frente a su comisaría, encontré lo que no podía hallar en las mon­tafias de libros, revistas, discos e informes que fui reuniendo duran­te los preparativos de la investigación. David los había sentido. Había bailado con el diablo y conservaba el fuego de sus ojos gra­bado en la memoria.

Creo que era su forma de gesticular al hablar. El brillo de su mirada. Su manera de apretar los dientes al recordar las consignas neonazis mientras disparaba su brazo derecho en alto. Sieg Heil, Heil Hitler! Fue él quien me facilitó una copia de la película ID Identificación, que narra la historia de un policía británico que se infil­tra, por orden de sus superiores, en los hooligans ingleses, hasta el extremo de quedar completamente captado, y terminar convertido en el skinhead más violento del grupo. Esta película se proyecta a los agentes del Grupo de Violencia en el Deporte que deben acer­carse a las gradas del Bernabéti o del Calderón para lidiar con los ultras neonazis del fútbol español.
Ahora sé que es imposible revolcarse en la mierda sin impreg­narse de su olor. Y por mucho que después te frotes siempre, siem­pre queda un poso lejano de ese hedor. Supongo que ahora tam­bién está en mí. Y si algún día alguien me pregunta por mi experiencia como skinhead; mis palabras, mis gestos y mis dientes apretados transmitirán la misma amargura, la misma rabia y la rnisma fuerza con la que David me narraba sus aventuras con los neonazis.
‑Claro que yo tenía tres ventajas sobre ti ‑terminó diciendo el policía‑. Si a mí me hubieran pillado, me hubiese bastado con identificarme como policía para que no me hicieran nada serio. Todo lo más unas hostias. Además, yo tenía compañeros policías que sabían dónde estaba en todo momento y tú vas solo. Y en tercer lugar, yo no llevaba una cámara oculta encirna y como a ti te la pillen te la van a hacer comer... así que tú verás dónde te metes...
Pero no lo veía. Lo vi después, al examinar las cintas que iba grabando día a día para minutarlas. Y, con demasiada frecuencia, era consciente de los riesgos después de haberlos pasado. Existen muchas situaciones, inmortalizadas en esas cintas, que ahora sé que no volvería a repetir. Pero probablemente es tanta la concentra­ción que inviertes en recordar el tiempo de vídeo y batería que te que­da; en memorizar caras, nombres, matrículas, o en mantener a flor de piel las consignas, reacciones y actitudes de tu personaje, que no eres consciente de las terribles consecuencias que podría tener el que descubrieran que les estás grabando con una cámara oculta, en sus reductos más íntimos y secretos.
Hubo una ocasión en que estuve a punto de comprobarlo. Doce­nas de skinheads estaban esperándome para darme una paliza, o algo peor. Alguien me había delatado e iban a darme un escar­miento ejemplar. Sin embargo, por teléfono eran amables y con­ciliadores y me invitaban a reunimos en las cercanías del estadio Santiago Bernabéu, sin darme ninguna pista de que habían des­cubierto que tenían a un infiltrado. Y si no acudí esa noche a la cita, a mi cita con algo muy doloroso, fue gracias a la advertencia de David. Uno de sus superiores me había delatado ante los neo­nazis que esa noche me estaban esperando para darme una pali­za. Gracias al aviso de David, la incomprensible traición de ese mal nacido que ostenta una inmerecida placa de policía no termi­nó en una camicería. Mi camicería. Ésta se la guardo. Aunque no voy a rebajarme a su nivel, delatando la identidad de su soplón en La Bodega.

El parto de «El tigre»
Evidentemente, el primer paso para una infiltración es el estudio. El topo debe empollar todos los matices, tendencias y aspectos del colectivo en el que va a desarrollar la infiltración. En este caso el movi­miento skinhead neonazi español.
Durante tres meses me concentré en leer sus libros, me suscri­bí ‑a través de un apartado de correos‑ a sus fanzines y revistas. Compré los discos de Estirpe Imperial, Batallón de Castigo, Divi­sión 250, etc., y memoricé las letras de sus canciones. Y cada noche, antes de dormirme, releía Mi lucha, de Adolf Hitler. Leer a ese famoso personaje, saber cuáles fueron sus palabras exactas me producía vértigo. Era corno si el Führer me estuviese hablando directa­mente. Y supongo que ésa es la misma emoción que puede sentir cualquier joven neonazi al estudiar este libro... por otro lado bas­tante aburrido.
Decoré mi apartamento con banderas nazis, cruces gamadas, pós­ters y fotografias de Adolf HítIer, y todo tipo de emblemas del III Reich. Mi propia casa se convirtió en un auténtico templo al Füh­rer. Mientras cocinaba, mientras me duchaba o mientras hacía la lim­pieza, dejaba que pasasen en el vídeo los discursos de Goebels, HimmIer o Hess durante la Segunda Guerra Mundial... Y entre flex­iones y abdominales o golpeando el saco de arena que completaba el pequeño gimnasio improvisado en mi apartamento ‑los rreona­zis se caracterizan, entre otras cosas, por su culto a los músculos y el ejercicio fisico‑ permitía que me envolviesen los acordes de Ire­mos a un bar, Caña de España, Bestias o cualquiera de las canciones emblernáticas de la música nacional socialista (NS) española. Las letras radicales, los punteos de guitarra y los redobles de percusión de Zetme 88, Toletum o mis «camaradas» de Odal Sieg se mezcla­ban con el sudor en cada tabla de gimnasia, empapando mi cami­seta y mi conciencia.

¡Al arma, al arma, al arma. soy fascista, terror del comunista.
Somos del fascismo componentes.
Luchando por la causa hasta la muerte.
Y golpearemos fuerte ffierte.
Mientras tengamos corazón...

Dejaba que la crispada voz de Eduardo C., líder de Batallón de Castigo, se me incrustase en el cerebro, intentando que el odio que transmitía su música desarrollase lo más rápidamente posi­ble mi nueva personalidad, como cada serie de mancuernas debía desarrollar mis bíceps antes de sumergirme entre los cabezas rapadas.

¡Al arma, al arma, al arma! Soy fáscista, terror del anarquista.
Sabemos bien nuestro objetivo, combatir con certeza en la victoria. Y que no sea sólo por la gloria, sino para alcanzar la libertad...
Escupiendo las gotas de sudor salado que se me metían en la boca y los ojos, repetía una y otra vez las estrofás de cada canción, memo­rizando la letra y, sobre todo, la filosofía de vida que reflejaban esos temas.
¡Al arma, al arma, al arma!, soy fascista, terror del progresista.
Llevaremos la victoria a todas partes.
Porque el coraje no nos faltará, Y gritaremos siempre Mrte, fuerte, defendemos nuestra libertad...

Claro que, mientras escuchaba por primera vez a Edu en su dis­co Despierta Ferro, intentando que mi masa muscular pudiese pare­cerse, aunque fuese mínimarnente, a la de un skinhead ario obse­sionado por su superioridad fisica, no podía ni soñar que cinco meses después compartiría «cacerías humanas» por las calles de Madrid, codo a codo con los más íntimos camaradas de Edu en Ultrassur, la peña neonazi seguidora del Real Madrid... Por suerte o por des­gracia no pude tratar con el cantante de Batallón de Cas­tigo y miembro de Ultrassur en esas «cacerías humanas», ya que para entonces se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Soto del Real por homicidio...
Pero antes de llegar al contacto personal con los skinheads debía zarribullírme en su ideología, revolcarme por sus postulados, embutirme con sus creencias, empaparme con su filosofia de vida para aparentar ser uno de ellos. Y durante esos meses fui apar­tándome de mis relaciones familiares y de mis amistades para continuar,‑exclusivamente en esta investigación.
Por fin, cuando consideraba ‑muy erróneamente‑ que mi formación teórica era suficiente, llegó el momento de establecer contacto con los cabezas rapadas españoles. Y para ese primer contac­to decidí acudir a la vía más rápida, cómoda y accesible: Internet. Supuse que a través de sus listas de correo y sus chats podría comen­zar a comunicarme con miembros del movimiento neonazi espa­ñol, sin correr demasiados riesgos en caso de ser interceptado. Creía que todo lo que habla aprendido en los libros, en las revistas y en los discos era suficiente como para pasar por un neonazi al otro lado del teclado. Me equivoqué.

Durante tres meses, todos los días (fines de semana incluidos) acudía a un cibercafé, y desde dos de sus ordenadores me zambu­llía en el cibernazismo patrio. Naturalmente no utilizaba mi orde­nador personal, ya que cualquier programador medianamente hábil o cualquier hacker aficionado podría localizar la IP (identificación como usuario de Internet) y, a través de ella, rastrear hasta el núme­ro de teléfono desde el cual accedía a la red. Y si pretendía infiltrarme a fondo en la comunidad nazi no podía dejar pistas tan evidentes.
De esta forma, al filo de la media noche, acudía a mi cita con los guerreros blancos a través de las pantallas de ordenador y me sumergía en un mundo insólito y profundamente desconocido.
En Internet existen míles de páginas web nazis, aunque sólo algu­nas de ellas son verdaderamente importantes, ya que disponen de ciberservicios paralelos, como la posibilidad de obtener una dirección de e‑mail personal, darte de alta en las listas de correo y acceder a los chats; o canales de conversación en directo. Y yo los usé todos.
Quien esto escribe, corno probablemente la mayoría de los lec­tores, había cometido el error de menospreciar a los neonazis. Creía que aquellas hordas de descerebrados violentos, primitivos y absur­dos, a los que se referían los artículos de prensa que llevaba semanas estudiando, serían mucho más torpes y fáciles de engañar. No era así. Todavía no me había concienciado de que el 100 por ciento de los periodistas, escritores u otros «expertos» que opinaban sobre el movimiento skin no habían conversado personalmente con un cabe­za rapada en su vida y se limitaban a repetir las mismas cosas que habían leído en reportajes, libros o artículos anteriores para añadir­las a los propios. Prejuicios, tópicos y mitos.
Al principio no duraba ni quince minutos en los chats nazis. Y tardé en aprender las reglas del juego... su juego. Al entrar en cana­les de Internet pertenecientes a páginas web como Hispania Goto­rum (Es Gothorum, de aqui en adelante corregimos la errata del autor), La censura de la democracia, Wotan, Resistencia aria, etc., u otros alojados en el IRC‑Hispano como Nueva Europa, Nacionalsocialis­mo, Ultras y un largo etcétera, me encontré con docenas de nicks (nombres en clave que cada usuario adopta al entrar en la red) que evidenciaban la ideología de sus propietarios: Hess, Rommel, Skin88, Wotan, Ultrassur, TonySS, Hammskin, Waffen88, etc. A todos ellos ter­minaría por conocerlos personalmente meses después; sin embar­go, en aquellos momentos sólo eran un alias. Un desconocido al otro lado de la red.
Tardaría en averiguar que los canales nazis públicos que existen en Internet están llenos de curiosos e infiltrados. Y el 50 por cien­to de los usuarios de esos canales son periodistas, policías o, sobre todo, componentes del movimiento antifascista. Mayormente jóvenes simpatizantes de la izquierda radical, con un marcado odio hacia el movimiento nazi. Sin embargo, se nos reconocía enseguida y no tardábamos mucho en ser «kikeados» (expulsados temporalmente del canal), «bancados» (expulsados definitivamente) o «nukeados» (expul­sados del IRC).
Los falsos nazis solíamos entrar en el canal y permanecer calla­dos. Sin participar. Esperando a ver qué es lo que decían entre sí los verdaderos nazis. Buscando una pista, una información o un argumento contra ellos. Y, contra lo que todos pensábamos, los skinhead no son estúpidos. En cuanto transcurrían unos minutos en los que los recién llegados no aportaban nada, no participaban, los webmaster o los OPs (moderadores del canal) nos expulsaban del chat sin ningún miramiento.
Cambié varias veces de nick para volver a entrar, noche tras noche, en los mismos canales hasta que aprendí que debía participar activarnente, así que intenté convertirme en un contertulio dinámico en las cibercharlas nazis. Pero tampoco funcionó. Apenas tenía tiempo de saludar y sugerir un tema cuando me expulsaban nueva­mente, una y otra vez, de los canales fascistas de la red. Frustrante.
Tardé algunas semanas más en aprender el complejo ¿? entrama­do de claves y contraseñas del submundo nazi internacional. Por ejemplo, cuando entraba en un canal y alguien decía «88», sólo se me ocurría preguntar estúpidamente, «¿ochenta y ocho qué?» Kikea­do. Cuando me preguntaban mi opinión sobre 18, sólo podía repli­car: «¿Tres por seis?» Baneado. Cuando al entrar en un chat me interrogaban sobre las catorce palabras... preguntaba si era la letra de alguna canción... Nukeado. Siempre pensé que, si en lugar de encontrarnos en el ciberespacio estuviese en el mundo real y no supiera responder a esas claves rodeado de neonazis, sus métodos de reprimenda por mi ignorancia habrían sido mucho más doloro­sos que un banco en la pantalla. ¿?
Así, semana a semana, mes a mes, insistiendo una y otra vez y pasando horas y horas en sus canales y páginas web, comencé a apren­der esos códigos secretos ¿?. Esas claves y contraseñas sin las que es imposible acceder al mundo skinhead. Por las 14 palabras se conoce la síntesis del pensamiento racialista de David Lane, que todo autén­tico neonazi debe conocer y compartir: «Debemos asegurar la exis­tencia de nuestra raza y un futuro para los niños blancos.» El núme­ro 18 simboliza la primera y la octava letra del alfabeto: A y H, y es una forma en clave de referirse a Adolf Hitler. Y de la misma for­ma, el número 88 es un saludo y a la vez frima final. Esos números simbolizan la octava letra del abecedario repetida dos veces: HH, o lo que es lo mismo Heil Hitler! La marca comercial Lonsdale contí­núa siendo la preferida por los neonazis porque es la única manera de que las letras NSDA (que coinciden con las del partido NSDAP nazi) puedan exhibirse en Alernania: loNSDAle... ¿?
Sería largo resumir las mil y una anécdotas vividas durante los cientos de horas que pasé ante el ordenador, en las nocturnas ciber‑tertulias neonazis. Pero ahí es donde comencé a conocer sus con­signas y a descubrir su fraseología. Y ahí es donde nació Tiger88.
Necesitaba un nick fuerte, enérgico y que, a la vez, pudiese ser iden­tificado rápidamente con el pseudónimo de un neonazi. Recordé los carros de combate del Africa‑Koips dirigidos por el Zorro del Desier­to, lentos pero imparables, y le añadí el saludo en clave neonazi. Y Tiger88 se convirtió, en pocas semanas más, en uno de los más acti­vos ¿? neonazis de la red. Mis anuncios aparecían en los libros de visi­tas de todas las web neonazis, mis mensajes ‑opinando activamen­te sobre el sionismo, la inmigración o el aborto‑ abundaban en las listas de correo fascistas y todas las noches, sin faltar una, el nick Tiger88 frecuentaba los principales chats nazis de la red.
Mi intención era convertir a Tiger88 en un personaje familiar para los neonazis. Generar polémica, para obligarles a recordar mi nick, y derribar por agotamiento las suspicacias que pudiesen tener los webmaster sobre mis convicciones neonazis.
Tres meses después, Tiger88 era ya un camarada (así se definen los neofascistas entre ellos) conocido y apreciado en todas las ciber­tertulias, en todos los foros y listas de correo y en todas las páginas web ¿? neonazis de la red. Y envalentonado por el éxito de esta pri­mera fase de la infiltración, decidí intentar algo más complejo...
Cada noche, bajo la mirada inquisitiva de los propietarios del cibercafé que frecuentaba (y que no entendían que un tipo con melenas de hippy -----------------Antoñito Salas---------------------------------- >
tan sólo abriese páginas nazis en sus ordenado­res), tomaba notas sobre mis interlocutores. En un cuademo empe­cé a apuntar las reacciones que Hess, Ultrassur, Waffen88 o Rommel tenían ante cada conversación, ante cada estímulo, ante cada deba­te. E intenté elaborar un perfil de mis interlocutores buscando sus puntos flacos. Aspectos vulnerables en su personalidad que me per­mítiesen trazar un plan para conseguir una entrevista personal con ellos, o incluso su colaboración.
Finalmente opté por Romnel, nick del que resultó ser un joven barcelonés, de muy buena posición económica y tradición familiar militar y falangista. Concentré en él todos mis esfuerzos y, a través de conversaciones privadas desde el canal de Hispania Gothorurn, conseguí convencerle de la necesidad de crear nuestra propia pági­na web.
Rommel era un skinhead auténtico y con conocimientos de infor­mática. Conocido y bien relacionado con los habituales de la libre­ría Europa en Barcelona y los supervivientes de la extinta CEDADE, suponía que podría ser una puerta de acceso al movimiento neona­zi catalán. Y sabía también que una página web creada por él sería merecedora del respeto y la confianza de los skinheads españoles en mucha mayor medida que si era un perfecto desconocido el crea­dor de la misma. La mayor característica de los neonazis es su extrema desconfianza.
Me ocupé de navegar, durante días, en páginas web nazis extran­jeras, copiando textos y artículos (Como los que aparecen literalmente copiados en este libro) y grabándolos en CDs que enviaba por correo a Rommel para que él los editase y colgase en nuestra propia página web. Una página que, tras pasar todo tipo de filtros y controles, fue incluida en los links de los portales neonazis españo­les más emblemáticos.
Confieso que sentí orgullo, y una peligrosa vanidad, cuando vi que la web que había creado de la nada aparecía como enlace recomen­dado en sitios de Internet tan importantes corno Hispania Gothorum, Hammeskin, Ultrassur, etc. 0 recornendada en diferentes revistas y publicaciones skinheads. Aquello significaba que había conseguido introducir un pie en el mundo neonazi español; ahora se trataba de que el resto del cuerpo siguiese a ese pie. Pero la red ya se me esta­ba quedando pequeña para acoger mis pasos en la infiltración.

De la red a la realidad

A través de Internet contacté con los skinhead y neonazis de todo el país y también del extranjero. Nuestra relación comenzaba con un encuentro casual en un chat o en una lista de correo y continuaba con un intercambio de e‑rnails primero, para dar paso a cartas y llamadas telefónicas después. Sinceramente, pienso que durante los meses que duró mi investigación he estado en con­tacto telefónico, epistolar o personal con todos los grupos skin­heads ¿? españoles y la inmensa mayoría de los colectivos neonazis no skins.
Costaba bastante trabajo conseguir que los cabezas rapadas, y los nazis en general, abandonasen la cómoda clandestinidad que otor­ga un correo electrónico gratuito, en servidores como Hotmail, Yahoo, o Mixmaíl, muy dificil de seguir e investigar, para que me diesen su dirección postal. Para ello inventé, a través de nuestra página web, un servicio de intercambio de libros, revistas y videos neona­zis que me ofrecía a enviar gratuitamente a los camaradas “de con­fianza” que así me lo solicitasen. De esta forma pude abrir una base de datos donde, día a día, iban creciendo las informaciones que acompañaban a cada nick fichado en mis visitas a los chats. Nom­bres, direcciones y teléfonos empezaban a abundar al lado de mis notas sobre cada uno de mis cibercontertulios: «Le gusta la música Oi!», «lee a Miguel Serrano», «justifica la violencia», «se define como pagano», «odia más a los negros que a los judíos», etc.
Ellos mismos, a través de sus e‑mails, irían orientando la inves­tigación, dirigiendo mis pasos. Y adelantándome, de alguna mane­ra, las relaciones y pactos secretos entre grupos neonazís, partidos políticos, peñas futbolísticas, firmas comerciales o bandas musica­les que iría descubriendo a medida que avanzase en mis pesqui­sas. Y es que no deja de ser curioso que peñas futbolísticas, como la de Brigadas Blanquiazules del Real Club Deportivo Español, fuesen quienes orientasen mis primeras pesquisas en Madrid y Bar­celona, hacia tiendas como DSO o la librería Europa... Aún no podía ni imaginar hasta qué punto el movimiento skinhead neo­nazi está infiltrado en el fútbol español. Este e‑mail es sólo un ejemplo:

Brigadas Blanquiazules Ultras 1985
Para:Tiger‑88@eresmas.com Asunto:[REI Sin título
Saludos
Como verás esta web está dedicada únicamente al RCDespa­ñol y a Brigadas Blanquiazules. No obstante se te puede orientar, si te vas a ir a Madrid dirígete a la tienda D.S.O. También averi­gua. la dirección de la librería Europa en Barcelona, C/ Séneca. ESPAÑOL FANS

Ese correo electrónico era tan sólo una premonición. Meses des­pués patrullaría las calles con los ultras neonazis del Real Madrid o del Español, para propinar palizas a subsaharianos, magrebíes o simples aficionados de peñas rivales...
Sin embargo, debía fortalecer mi falsa identidad en Internet antes de encararme fisicamente con los cabezas rapadas. Y para ello desplegué toda mi imaginación y las ocurrencias más insólitas. Supongo que los propietarios del cibercafé que frecuentaba todas las noches todavía recordarán a aquel joven melenudo (el de la foto de arriba =8>) que alquila­ba no uno, sino dos ordenadores, para entrar en los canales nazis de Internet. De esta forma, acudiendo a un mismo canal a través de dos ordenadores distintos, podía utilizar dos nombres diferentes y enzarzarme en acaloradas discusiones en los chats, que me per­mitían exponer las ideas o argumentos que reforzasen la que sería mi falsa identidad. En otras palabras, cuando Tiger88 y, por ejem­plo, Panzer18 entraban en un canal nazi podían discutir sobre polí­tica, música, paganismo, cte., exponiendo ideas que transmitiesen a todos los presentes en el canal la convicción de que el tal Tiger88 era un auténtico camarada ario con las ideas muy claras... Lo que no podían suponer es que detrás de ambos nicks se encontraba una misma persona, utilizando dos ordenadores a la vez.

Y así transcurrieron tres meses. Era el momento de ir más allá. De dejar la cómoda impunidad de actuar escondido tras un teclado de ordenador y dar el gran salto. La verdadera infiltración. Llegaba la hora de entrevistarme cara a cara, en persona, con los neonazis con los que llevaba meses escribiéndome. Y confieso que estaba aterrorizado. Es fácil «jugar a los infiltrados» protegido por la clan­destinidad de un nick anónimo en Internet. La pantalla del ordena­dor es un excelente escudo que nos permite envalentonarnos y creer que estamos realizando una brillante investigación periodística sin correr más riesgo que quedarnos sin monedas para pagar la cone­xión. Pero otra cosa muy distinta es enfrentarse a ellos cara a cara. En persona. Sin teclados, ratones ni pantallas. Sin más protección que nuestro ingenio, nuestra capacidad de improvisación y, sobre todo, grandes dosis de sangre fría.

Estaba claro que mi «ciberdisfraz» fascista no era suficiente para establecer una relación personal y fisica con los skinheads. No basta con añadir un 88 a tu alias para pasar por neonazi. Así que erripe­cé a acudir a las tiendas, librerías y comercios especializados en estética y cultura hitlerianas. Lugares corno las tiendas Soldiers o DSO en Madrid.
Allí cornpraría las botas Doc Martens, las cazadoras bornber, los tirantes, los pins, parches, banderas y demás atrezzo neonazi con que completar la apariencia física de Tiger88. Lo más complicado fue buscar algún local de tatuajes donde realizar un tatoo de henna con la imagen de un tigre en mi brazo derecho, para completar el disfraz. Estúpido. Aquel dibujo resultaba ridículo al lado de los cuerpos completamente tatuados con cruces célticas, esvásticas, runas, o los rostros de Hitler, Rudolf Hess, etc., que decoraban cada centímetro de piel de mis nuevos amigos... Pero menos da una piedra.
Las breves y rápidas incursiones en las tiendas y librerías afines a los skinhead me sirvieron para irme familiarizando con ese mun­do secreto. Y, sobre todo, para que ellos se familiarizasen con mi cara.

Así tomé por norma visitar al menos dos veces al mes esos comer­cios, intentando hacer muchos comentarios ‑nunca preguntas ­sobre el último disco de Avalón, el avance de Le Pen en Francia o el nuevo libro de Miguel Serrano... Ni por asomo podía soñar que unos meses más tarde yo mismo podría entrevistar (por correo-e) al ex embajador chileno y máximo ideólogo del hitlerismo actual; o a Ramón B., fundador de CEDADE y su prolongación actuál el Círculo de Estu­dios Indoeuropeos; o a las féminas del movimiento skinhead, las skingirls, etc., etc., etc.
la estrategia funcionó. Poco a poco mi rostro empezó a resultarles familiar y, con el paso del tiempo, comenzaron a aceptarme entre ellos hasta el punto de comenzar a invitarme a actos, conferencias o conciertos reservados sólo para los verdaderos simpatizantes del movimiento. Me quedaba mucho para llegar a integrarme totalmente entre los skinheads, pero estaba avanzando y aquellas primeras invitaciones sugerían que estaba en el buen camino.

En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos difmmes a los míos en numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar ins­tintivamente ante estímulos que se presuponen inherentes a la personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin embargo, a medida que trans­corren los meses, resulta más y más dificil mantener permanente­mente la concentración que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea estrictamente necesario,
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica m tra­bajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro de m grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro‑terrorista... ni un nazi. Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos, Real, sincero, activo... auténtico. Solo de esa loma es posi­ble permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay seguridas oportunidades. Por eso es tan impor­tante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo. Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la músi­ca clásica, el interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y camaradería (este parrafo ya aparece antes, se ve que le cogió gusto al copy + paste)