Monday, November 21, 2005

Capitulo 1: La Infiltracion

“Sólo puedo combatir por lo que amo, amar sólo lo que respeto, y a lo sumo respetar sólo lo que conozco”.
Adolf Hitler- Mi lucha –

Quien esto escribe ha realizado numerosos trabajos de investigación introduciéndose como infiltrado en diversas organizaciones, desde mafias hasta sectas satánicas pasando por grupos de extrema izquierda o redes de trata de blancas... Pero nada le resultó tan difícil como introducirse, durante casi un año en la piel de un skinhead
En todos los casos, según mi experiencia personal, el infiltrado debe seguir un proceso de mutación muy similar al de un actor cuando prepara un papel. No basta un disfraz un cambio estético; tampoco es suficiente con estudiar el Fundamento teórico del colectivo que deseamos investigar. Al menos si el objetivo es un grupo potencialmente peligroso y pretendemos profundizar en el objeto de nuestro estudio y no limitamos a la elaboración de un reportaje superficial y simplista.
Es factible, y hasta sencillos disfrazarse de heavy metal para introducir la cámara oculta en un concierto clandestino ¿? ; o acudir a un barrio marginal para filmar una compra de heroína; o visitar un prostíbulo y entrevistar a hurtadillas a la esclava sexual de una mafia rusa; o engañar a un traficante de amas para grabar la adquisición de un revólver ilegal... Pero lo verdaderamente complejo, angustioso y psicológicamente agotador, es asumir la personalidad tan diferente a la propia durante un periodo largo de tiempo.

En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos diferentes a los míos en numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar instintivamente ante estímulos que se presuponen inherentes a la por personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin embargo, a medida que transcurren los meses, resulta más y más difícil mantener permanentemente la concentración que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea estrictamente necesario,
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica más trabajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro de un grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro‑terrorista... ni un nazi. Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos, Real, sincero, activo... auténtico. Sólo de esa forma es posible permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay segundas oportunidades. Por eso es tan importante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo. Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la música clásica, el interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y camaradería de los templarios, en los que intentan verse reflejados los actuales neonazis. Pero sabía que eso no sería suficiente, así que acudí a todo tipo de triquiñuelas psicológicas para intentar hacer más convincentes mis reacciones y comentarios ante situaciones imprevistas. Por ejemplo, recordé que una antigua novia mía se había casado con un cubano de raza negra, y procuré ensuciar mi mente imaginándomela haciendo el amor con aquel hombre de color, dejando que los celos me poseyesen e imaginando el rostro de aquel Cubano en cada varón de color que me cruzase por la calle a partir de entonces. Sólo así podría disfrazar mis reacciones ante los negros de un racismo que no siento.
Tal vez parezca una actitud exagerada a ojos del lector. Pero entre leer un relato como éste, y vivir durante casi un año dentro de la comunidad neonazi hay un abismo. Y el lector nunca sentirá los golpes, puñetazos, patadas o algo peor, que evidentemente sentiría un periodista descubierto en el seno de la comunidad skinhead, mientras la grababa con una cámara oculta. Así que toda precaución es poca.

Un periodista infiltrado tiene mucho más que perder ante otro tipo de topos. Si la infiltración es desarrollada por un funcionario de los cuerpos de seguridad del Estado (Policía, Servicio de Inteligencia, etc.), el riesgo, en caso de ser detectado, es alto. Pero si es un periodista armado con una cámara oculta, el riesgo se multiplica por mil. En primer lugar, un grupo presuntamente delictivo sabe que las consecuencias de atentar contra mi miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado pueden ser muy graves; darle una paliza a un periodista, incluso asesinarle, no tendrá la misma repercusión en el ámbito policial que la agresión a un compañero. Además, un infiltrado que pertenezca a cualquier cuerpo de seguridad del Estado puede ir armado y, en general, se supone que un periodista no.

Por otro lado, el reportero que trabaja con una cámara oculta lleva adherida a ella una sentencia de muerte. Evidentemente, si un grupo de narcotraficantes la banda terrorista, o la mafia, sospechadel topo, puede actuar con mayor o menor violencia según lo intensas que sean sus sospechas; pero si al cachear al infiltrado le descubren una cámara oculta, las sospechas se tomarán en seguridad absoluta. Y obrarán en consecuencia.

Periodismo de investigación y cámaras ocultas

Las cámaras ocultas son un instrumento excelente para captar fragmentos de realidad sin adulterar. Congelan secuencias temporales, en las que todos los datos, actos, reacciones, comentarios y movimientos del objeto de nuestra investigación quedan fielmente registrados. Pero, en contrapartida, suponen un lastre porque restan capacidad de movimiento al infiltrado y dividen su concentración, ya que la mayoría de los equipos de grabación que utilizamos, al menos hasta fecha de hoy, tienen una autonomía de 90 minutos. Pasado ese tiempo, el topo deberá encontrar un lugar discreto para cambiar las baterías y las cintas de la cámara y renovar sus 90 minutos de vida Y doy fe de que, en ciertas circunstancias, resulta muy difícil conseguir que no descubran tu falsa identidad, acordarte de cambiar las cintas y las baterías y encontrar un lugar donde hacerlo sin levantar sospechas, todo ello a la vez.

Por otro lado, y sin entrar demasiado en detalles que pudiesen perjudicar a mis compañeros, existen básicamente dos tipos de equipos de grabación con cámara oculta. En primer lugar, están las pequeñas cámaras, alimentadas con una batería, que envían la señal captada a un emisor de radio. En este caso el infiltrado tan sólo debe transportar en su cuerpo tres elementos; cámara, batería y transmisor. Estos equipos, al ser mucho más pequeños, tienen la ventaja de ser más difíciles de descubrir. Sin embargo, presentan la difícultad de que debe existir un equipo de apoyo que siga de cerca al infiltrado, para poder recibir la señal de radio enviada desde la cámara oculta y grabarla en un magnetoscopio. Desgraciadamente, si el infiltrado debe penetrar en un sótano, ascensor, etc., la señal suele deteriorarse hasta el punto de quedar inservible, o simplemente desaparece y no hay imágenes ni sonido que grabar.
La segunda opción es, a día de hoy, más aparatosa. En este caso ‑y no profundizaré demasiado en los detalles‑ el infiltrado debe transportar en su cuerpo la cámara oculta, su batería y el magne­toscopio donde va grabando las imágenes que capta la cámara. Y como un servidor, dadas las particularidades de su trabajo y su empe­ño en no poner en peligro ninguna vida humana, salvo la suya, suele investigar solo, sin equipo de apoyo en la práctica totalidad de los trabajos de infiltración realizados hasta la fecha, ha utilizado siem­pre esta segunda opción.

En ambos casos, por un extraño mecanismo de autodefensa de la mente, resulta casi imposible evitar la incómoda sensación de que nos han descubierto la cámara. Una mirada casual, un gesto brusco, una reacción inesperada por parte de nuestros objetivos, producen inme­diatamente un brinco en el corazón, porque creemos que han descu­bierto la cámara. Pero cuando transportamos encima todo el instru­mental de grabación completo, sin equipo de apoyo, esa sensación se multiplica, ya que tememos constantemente que alguno de los cables que rodea nuestro cuerpo se haya soltado y asome por encima de nuestras ropas; o que el bulto del magnetoscopio o la mochila que transportamos haya delatado nuestra naturaleza como infiltrados... En suma, el miedo y la tensión son prácticamente constantes. Y así debe ser. Ya que el miedo nos mantiene alerta, atentos, concentrados. Y estoy convencido de que cuando un infiltrado pierde el miedo mien­tras realiza su trabajo, comete un error fatal. De hecho, y aunque la utilización de la cámara oculta en el periodismo de investigación tele­visivo es relativamente reciente, ya exísten ejemplos dramáticos, terri­bles y atroces, de en qué puede desembocar un error en este tipo de reportajes. No puedo evitar mencionar al menos un ejemplo, el de la desgraciada historia del conocido periodista brasíleño Tim Lopes.
Ocurrió en el verano de 2.002. Tim Lopes se había infiltrado en el ambiente de la prostitución y el narcotráfico brasileño y terminó abierto en canal por los dirigentes de una mafia que descubrieron su cámara oculta. Cedo la palabra a los compañeros de El País:

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»La policía brasíleña ha confirmado el asesinato del perio­dista de TV Globo Tim Lopes, de 51 años, que desapareció hace nueve días en una favela de Río de Janeiro cuando realizaba una investigación sobre el crimen organizado en torno al narcotráfico. Dos miembros de la banda homicida detenidos el domíngo confesaron que el reportero fue "juzgado y con­denado" sumariamente por un tribunal fantoche de delin­cuentes, tras descubrir que Lopes preparaba un reportaje. El presidente Femando Henrique Cardoso expresó su indigna­ción en nombre "de todos los brasileños" y aseguró que este crimen "rebasa todos los límites".

»El asesinato ha conmocionado a la profesión periodísti­ca, que hoy siente como nunca la indefensión frente a los delincuentes. "Es la primera vez que asesinan a un periodista en Río de Janeiro", dice Felipe Werneck, corresponsal de 0 Estado do Sao Paulo y colega de Lopes. El viernes pasado, una manifestación de compañeros de la víctima, convocada por sindicatos y asociaciones de prensa, recorrió las calles de Río para exigir mayor eficacia a las autoridades frente a la violencia y reclamar por el paradero del periodista desapa­recido.

»Tim Lopes fue visto por última vez a las ocho de la tarde del pasado 2 de junio por el chófer que le dejó a la entrada de la flivela Vila Cnizeiro, en el llamado Complexo do Alemao, donde viven unas 250.000 personas. La policía empezó a rastrear la zona al día siguiente. Era la cuarta vez que el veterano reportero visitaba aquel territorio de alto riesgo y la segun­da que lo hacía con una microcámara oculta'. Esta vez su obje­tivo era grabar clandestinamente una fiesta de música funk, en la que la venta de drogas y la prostitución infantil, con shows de sexo explícito, eran los protagonistas.

»La luz del aparato grabador alertó a uno de los narcotrafi­cantes, que rápidamente dio la voz de alarma al capo Elias Pereira da Silva, Elias Maluco, el hombre más buscado por la policía de Río de Janeiro, con dos órdenes de captura por homí­cidio y tráfico de estupefacientes. Según la policía, Elias Malu­co dirige un ejército de más de 3oo hombres armados y con­trola la mitad de la droga que se distribuye en Río. Unas 250.000 personas viven bajo su dictado en las favelas del norte de la ciudad. Hace dos años salió en libertad provisional después de pasar más de tres años preso.

»El jefe de la banda ordenó el traslado del periodista a la fave­la da Grota, su reducto principal, donde sus secuaces dispara­ron a las piernas de la víctima para impedir un intento de fuga. Maniatado y ensangrentado, fue trasladado a un lugar conoci­do como Microoridas, donde se realizan las ejecuciones. El maca­bro tribunal presidido por Elias Maluco dictó la pena capital. La sentencia la ejecutó, según la confesión de los detenidos, el jefe supremo con una espada de tipo samurai, que abrió en canal el cuerpo de Tim Lopes. Uno de los participantes en el simula­cro de juicio, conocido como Ratinho, había sido grabado en una ocasión anterior por la cámara oculta del periodista y aparecía en el reportaje Feria de droga, que emitió la cadena de televi­si6n Globo, y recibió el premio Esso de periodismo televisivo. El cadáver fue quemado y enterrado en un cementerio clan­destino. La policía de Río ha desplegado un espectacular opera­tivo en busca de los restos del periodista asesinado y un equi­po especial de la Policía Federal ha sido enviado desde Brasilia.”
Supongo que no es necesario que detalle cómo nos sentimos todos los periodistas de investigación cuando se publicó esta noticia en la prensa internacional, mientras nos encontrábamos infiltrados en algún grupo similar, utilizando nuestras cámaras ocultas...
En España, afortunadamente, todavia no se han producido suce­sos tan terribles. Sin embargo, en varias ocasiones, periodistas espa­ñoles que trabajaban con cámaras ocultas han sido descubiertos, reci­biendo brutales palizas, como aquella ocasión en que mi compañero Diego, reportero curtido en mil batallas, se introdujo en el sórdido mundo de la prostitución de lujo, siendo interceptado por los vigi­lantes de un fastuoso prostíbulo andaluz... todavía lleva en su mano derecha la cicatriz del «tatuaje» que le hizo el proxeneta con su navaja como advertencia. La próxima vez ‑vino a decir‑ te meto la cámara por el culo, y te rajo el cuello en vez de la mano... 0 el caso de Alfonso, que me dio cobertura en alguna de mis infiltracio­nes pero a su vez sufrió una brutal paliza a manos de los guarda­espaldas de un conocido cantante español...
0 aquellos reporteros de El Mundo‑TV que intentaban demostrar, grabando con cámara oculta, que el Real Madrid cedía entradas al Bernabéu a la peña radical Ultrassur y fueron descubiertos por varios de los que más tarde serían mis camaradas skinheads. Tardaron meses en recuperarse tanto la reportera como, sobre todo, el repor­tero de la paliza propinada por los ultras. Yo tuve más suerte. No sólo pude completar mi infiltración en la peña neonazi hasta sus últi­mas consecuencias, sino que salí vivo para contarlo... y grabarlo. (y venderlo y sacarme mis buenos $$$)

¿Infiltrarte en los skinheads? ¡Tú estás loco!

Mi experiencia en el periodismo de investigación, como infiltrado, me ha enseñado muchas cosas a lo largo de los últimos 18 años. Y tuve que echar mano de todas ellas a la hora de construir un per­sonaje, de forma lo suficientemente convincente como para penetrar en un mundo tan oscuro, siniestro, peligroso y profundamente desconocido como es el de los skinheads.
No existían precedentes. No se había hecho antes. No existían fuentes periodísticas ni compañeros veteranos que hubiesen pasa­do por este trance y a los que pudiese pedir consejo. Ningún repor­tero en la historia del periodismo español, ni siquiera las producto­ras más veteranas en el formato de la investigación con cámara oculta, habían conseguido introducir a un periodista entre los cabe­zas rapadas. Y resultó profundamente descorazonador descubrir que debería comenzar la investigación solo y desde cero, sin poder contar con el consejo o la experiencia de ningún otro reportero que ya hubiese caminado, aunque sólo fuese parcialmente, la senda que yo estaba a punto de recorrer. Ya que debía buscar ese consejo y esa experiencia en otros campos ajenos al periodismo, armado de paciencia, me dispuse a llamar a todas las puertas posibles.3
Dicen que para conocer a un objetivo lo mejor es acudir a sus ene­migos. Ellos, sin duda, habrán recopilado toda la información posi­ble sobre su adversario y podrán convertirse en una buena fuente de información, que posteriomente deberá ser contrastada por mí mismo para comenzar a familiarizarme con el movimiento skinhead. Así que me dirigí a asociaciones antixenófobas, como el Movimien­to Contra la Intolerancia; estamentos policiales, como la Brigada de Tribus Urbanas del Cuerpo Nacional de Policía; y hasta a servicios secretos israelíes, como el MOSSAD.
Evidentemente, si el mito que rodea a los skinhead era cierto, las víctimas de agresiones racistas, la policía o los servicios de informa­ción judíos deberían tener más información que nadie sobre los neonazis. Y así fue. 0 eso creí. Porque cuando acudí a estas fuentes recibí muchísima bibliografia, datos y dossieres que me resultaron muy útiles para familiarizarme con el fenómeno skin y que en aquel momento me parecieron extraordinarios. Sin embargo, eran informes lejanos, distantes, subjetivos. Reflexiones eruditas de sociólogos o psiquiatras, seguimientos policiales, informes bancarios, recortes de prensa, atestados de la Guardia Civil, autopsias a víctimas de una agre­sión neonazi, dossieres políticos, discografia skin, bibliografía nazi... Pero nada que pudiese hacerme comprender qué es lo que siente, lo que ama, lo que odia o lo que desea un skinhead. Podía conocer el exterior, pero no el interior de un cabeza rapada.
En esa montaña de información en la que me sepulté durante semanas, para estudiarla a fondo, no existía nada que me permitie­se entrar en la piel de un neonazi y entender los porqués de su rabia, de su orgullo, de su ira o de sus sueños. Porque si algo tenía claro es que los skinheads son hijos de mujer. No son entidades dia­bólicas sobrenaturales. Nacieron de una madre. Tienen hermanos, amigos, vecinos. Algunos hasta hijos. Fueron niños, adolescentes y por fin adultos. Comen, duermen, y también sueñan. En otras pala­bras, son humanos. Con todas sus consecuencias. Y ése era el terre­no que yo quería explorar.
‑Tienes razón ‑me dijo Esteban Ybarra (Se escribe Ibarra, pero lo dejamos así ya que este hombre no sabe ni escribir correctamente el apellido de los que le financian) cuando me reuní con él en la sede del Movimiento Contra la Intolerancia, en el barrio madrilefio de Lavapiés‑, ya lo decía San Ignacio, conocer al diablo es destruirle. Pero no vas a poder entrar ahí. Se conocen todos y no van a aceptar a un extraño, y menos que entres tan adentro como para que puedas comprenderles.
Las palabras de Ybarra, uno de los personajes más odiados por los skinheads españoles, fueron idénticas a las de otros interlocutores a los que escuché durante la primera fase de esta investigación...
‑Ni de coña ‑Santi B., alma mater del Equipo de Investiga­ción de Atlas, fue muy gráfico‑‑‑. Olvídate de entenderlos. Ya ten­drás suerte si consigues entrar con ellos en el Bernabéu o en un concierto, y entablar conversación con un rapadillo que te hable de Ochaita o de Ynestrillas o de cualquiera, y grabarlo. Pero llegar has­ta adentro, que tú puedas hablar personalmente con los líderes y, ade­más, saber por qué hacen lo que hacen... imposible.
Santi fue el inspirador de esta investigación, aplicando la cáma­ra oculta a una infiltración entre los cabezas rapadas, pero tanto él mismo como Cherna B., máximo responsable de los programas de esta productora, me confesarían más tarde que nadie creía que aquel encargo suicida pudiese llegar a realizarse. Cherna llegaría a decir­me en su despacho que en varias ocasiones estuvo a punto de abor­tar el proyecto, ya que «cada vez que pienso en este tema, más me parece una auténtica misión imposible».
‑Yo no te lo aconsejo ‑me dijo el inspector‑jefe Javier F., jefe del Grupo de Violencia en el Deporte del Cuerpo Nacional de Poli­cia‑. Si te descubren, no creo que te maten... pero una paliza fuer­te sí que te la darán, y en una paliza un golpe mal dado o dos...
Javier F. fue el responsable de la detención de Ricardo Guerra, el skinhead neonazi que asesinó a Aitor Zabaleta y que actualmen­te cumple condena en prisión. Guerra era miembro de Bastión, uno de los grupos nazis pertenecientes al Frente Atlético, los ultras del Atlético de Madrid.
Todos ellos: policías, periodistas, ONGs, espías, sociólogos, etc., coincidían en el mismo punto: infiltrarse entre los skinhead es impo­sible. Pero estaban equivocados. Y existe un policía que lo consi­guió, hace ya muchos años. Su nombre es David y es probable que yo le deba el continuar vivo.
David consiguió infiltrarse durante varios meses en uno de los gru­pos ultras españoles. Como yo haría posteriormente, asistió a sus conciertos y a sus mítines políticos, y estuvo con ellos en sus gradas en los estadios. David, a quien me unió una corriente de simpatía en cuanto fuimos presentados por su superior, probablemente es la única persona que puede comprender el miedo, la soledad y la angus­tia que yo viviría en los meses siguientes. Porque él lo vivió antes.
En nuestras conversaciones, en la intimidad de un café situado frente a su comisaría, encontré lo que no podía hallar en las mon­tafias de libros, revistas, discos e informes que fui reuniendo duran­te los preparativos de la investigación. David los había sentido. Había bailado con el diablo y conservaba el fuego de sus ojos gra­bado en la memoria.

Creo que era su forma de gesticular al hablar. El brillo de su mirada. Su manera de apretar los dientes al recordar las consignas neonazis mientras disparaba su brazo derecho en alto. Sieg Heil, Heil Hitler! Fue él quien me facilitó una copia de la película ID Identificación, que narra la historia de un policía británico que se infil­tra, por orden de sus superiores, en los hooligans ingleses, hasta el extremo de quedar completamente captado, y terminar convertido en el skinhead más violento del grupo. Esta película se proyecta a los agentes del Grupo de Violencia en el Deporte que deben acer­carse a las gradas del Bernabéti o del Calderón para lidiar con los ultras neonazis del fútbol español.
Ahora sé que es imposible revolcarse en la mierda sin impreg­narse de su olor. Y por mucho que después te frotes siempre, siem­pre queda un poso lejano de ese hedor. Supongo que ahora tam­bién está en mí. Y si algún día alguien me pregunta por mi experiencia como skinhead; mis palabras, mis gestos y mis dientes apretados transmitirán la misma amargura, la misma rabia y la rnisma fuerza con la que David me narraba sus aventuras con los neonazis.
‑Claro que yo tenía tres ventajas sobre ti ‑terminó diciendo el policía‑. Si a mí me hubieran pillado, me hubiese bastado con identificarme como policía para que no me hicieran nada serio. Todo lo más unas hostias. Además, yo tenía compañeros policías que sabían dónde estaba en todo momento y tú vas solo. Y en tercer lugar, yo no llevaba una cámara oculta encirna y como a ti te la pillen te la van a hacer comer... así que tú verás dónde te metes...
Pero no lo veía. Lo vi después, al examinar las cintas que iba grabando día a día para minutarlas. Y, con demasiada frecuencia, era consciente de los riesgos después de haberlos pasado. Existen muchas situaciones, inmortalizadas en esas cintas, que ahora sé que no volvería a repetir. Pero probablemente es tanta la concentra­ción que inviertes en recordar el tiempo de vídeo y batería que te que­da; en memorizar caras, nombres, matrículas, o en mantener a flor de piel las consignas, reacciones y actitudes de tu personaje, que no eres consciente de las terribles consecuencias que podría tener el que descubrieran que les estás grabando con una cámara oculta, en sus reductos más íntimos y secretos.
Hubo una ocasión en que estuve a punto de comprobarlo. Doce­nas de skinheads estaban esperándome para darme una paliza, o algo peor. Alguien me había delatado e iban a darme un escar­miento ejemplar. Sin embargo, por teléfono eran amables y con­ciliadores y me invitaban a reunimos en las cercanías del estadio Santiago Bernabéu, sin darme ninguna pista de que habían des­cubierto que tenían a un infiltrado. Y si no acudí esa noche a la cita, a mi cita con algo muy doloroso, fue gracias a la advertencia de David. Uno de sus superiores me había delatado ante los neo­nazis que esa noche me estaban esperando para darme una pali­za. Gracias al aviso de David, la incomprensible traición de ese mal nacido que ostenta una inmerecida placa de policía no termi­nó en una camicería. Mi camicería. Ésta se la guardo. Aunque no voy a rebajarme a su nivel, delatando la identidad de su soplón en La Bodega.

El parto de «El tigre»
Evidentemente, el primer paso para una infiltración es el estudio. El topo debe empollar todos los matices, tendencias y aspectos del colectivo en el que va a desarrollar la infiltración. En este caso el movi­miento skinhead neonazi español.
Durante tres meses me concentré en leer sus libros, me suscri­bí ‑a través de un apartado de correos‑ a sus fanzines y revistas. Compré los discos de Estirpe Imperial, Batallón de Castigo, Divi­sión 250, etc., y memoricé las letras de sus canciones. Y cada noche, antes de dormirme, releía Mi lucha, de Adolf Hitler. Leer a ese famoso personaje, saber cuáles fueron sus palabras exactas me producía vértigo. Era corno si el Führer me estuviese hablando directa­mente. Y supongo que ésa es la misma emoción que puede sentir cualquier joven neonazi al estudiar este libro... por otro lado bas­tante aburrido.
Decoré mi apartamento con banderas nazis, cruces gamadas, pós­ters y fotografias de Adolf HítIer, y todo tipo de emblemas del III Reich. Mi propia casa se convirtió en un auténtico templo al Füh­rer. Mientras cocinaba, mientras me duchaba o mientras hacía la lim­pieza, dejaba que pasasen en el vídeo los discursos de Goebels, HimmIer o Hess durante la Segunda Guerra Mundial... Y entre flex­iones y abdominales o golpeando el saco de arena que completaba el pequeño gimnasio improvisado en mi apartamento ‑los rreona­zis se caracterizan, entre otras cosas, por su culto a los músculos y el ejercicio fisico‑ permitía que me envolviesen los acordes de Ire­mos a un bar, Caña de España, Bestias o cualquiera de las canciones emblernáticas de la música nacional socialista (NS) española. Las letras radicales, los punteos de guitarra y los redobles de percusión de Zetme 88, Toletum o mis «camaradas» de Odal Sieg se mezcla­ban con el sudor en cada tabla de gimnasia, empapando mi cami­seta y mi conciencia.

¡Al arma, al arma, al arma. soy fascista, terror del comunista.
Somos del fascismo componentes.
Luchando por la causa hasta la muerte.
Y golpearemos fuerte ffierte.
Mientras tengamos corazón...

Dejaba que la crispada voz de Eduardo C., líder de Batallón de Castigo, se me incrustase en el cerebro, intentando que el odio que transmitía su música desarrollase lo más rápidamente posi­ble mi nueva personalidad, como cada serie de mancuernas debía desarrollar mis bíceps antes de sumergirme entre los cabezas rapadas.

¡Al arma, al arma, al arma! Soy fáscista, terror del anarquista.
Sabemos bien nuestro objetivo, combatir con certeza en la victoria. Y que no sea sólo por la gloria, sino para alcanzar la libertad...
Escupiendo las gotas de sudor salado que se me metían en la boca y los ojos, repetía una y otra vez las estrofás de cada canción, memo­rizando la letra y, sobre todo, la filosofía de vida que reflejaban esos temas.
¡Al arma, al arma, al arma!, soy fascista, terror del progresista.
Llevaremos la victoria a todas partes.
Porque el coraje no nos faltará, Y gritaremos siempre Mrte, fuerte, defendemos nuestra libertad...

Claro que, mientras escuchaba por primera vez a Edu en su dis­co Despierta Ferro, intentando que mi masa muscular pudiese pare­cerse, aunque fuese mínimarnente, a la de un skinhead ario obse­sionado por su superioridad fisica, no podía ni soñar que cinco meses después compartiría «cacerías humanas» por las calles de Madrid, codo a codo con los más íntimos camaradas de Edu en Ultrassur, la peña neonazi seguidora del Real Madrid... Por suerte o por des­gracia no pude tratar con el cantante de Batallón de Cas­tigo y miembro de Ultrassur en esas «cacerías humanas», ya que para entonces se encontraba cumpliendo condena en la prisión de Soto del Real por homicidio...
Pero antes de llegar al contacto personal con los skinheads debía zarribullírme en su ideología, revolcarme por sus postulados, embutirme con sus creencias, empaparme con su filosofia de vida para aparentar ser uno de ellos. Y durante esos meses fui apar­tándome de mis relaciones familiares y de mis amistades para continuar,‑exclusivamente en esta investigación.
Por fin, cuando consideraba ‑muy erróneamente‑ que mi formación teórica era suficiente, llegó el momento de establecer contacto con los cabezas rapadas españoles. Y para ese primer contac­to decidí acudir a la vía más rápida, cómoda y accesible: Internet. Supuse que a través de sus listas de correo y sus chats podría comen­zar a comunicarme con miembros del movimiento neonazi espa­ñol, sin correr demasiados riesgos en caso de ser interceptado. Creía que todo lo que habla aprendido en los libros, en las revistas y en los discos era suficiente como para pasar por un neonazi al otro lado del teclado. Me equivoqué.

Durante tres meses, todos los días (fines de semana incluidos) acudía a un cibercafé, y desde dos de sus ordenadores me zambu­llía en el cibernazismo patrio. Naturalmente no utilizaba mi orde­nador personal, ya que cualquier programador medianamente hábil o cualquier hacker aficionado podría localizar la IP (identificación como usuario de Internet) y, a través de ella, rastrear hasta el núme­ro de teléfono desde el cual accedía a la red. Y si pretendía infiltrarme a fondo en la comunidad nazi no podía dejar pistas tan evidentes.
De esta forma, al filo de la media noche, acudía a mi cita con los guerreros blancos a través de las pantallas de ordenador y me sumergía en un mundo insólito y profundamente desconocido.
En Internet existen míles de páginas web nazis, aunque sólo algu­nas de ellas son verdaderamente importantes, ya que disponen de ciberservicios paralelos, como la posibilidad de obtener una dirección de e‑mail personal, darte de alta en las listas de correo y acceder a los chats; o canales de conversación en directo. Y yo los usé todos.
Quien esto escribe, corno probablemente la mayoría de los lec­tores, había cometido el error de menospreciar a los neonazis. Creía que aquellas hordas de descerebrados violentos, primitivos y absur­dos, a los que se referían los artículos de prensa que llevaba semanas estudiando, serían mucho más torpes y fáciles de engañar. No era así. Todavía no me había concienciado de que el 100 por ciento de los periodistas, escritores u otros «expertos» que opinaban sobre el movimiento skin no habían conversado personalmente con un cabe­za rapada en su vida y se limitaban a repetir las mismas cosas que habían leído en reportajes, libros o artículos anteriores para añadir­las a los propios. Prejuicios, tópicos y mitos.
Al principio no duraba ni quince minutos en los chats nazis. Y tardé en aprender las reglas del juego... su juego. Al entrar en cana­les de Internet pertenecientes a páginas web como Hispania Goto­rum (Es Gothorum, de aqui en adelante corregimos la errata del autor), La censura de la democracia, Wotan, Resistencia aria, etc., u otros alojados en el IRC‑Hispano como Nueva Europa, Nacionalsocialis­mo, Ultras y un largo etcétera, me encontré con docenas de nicks (nombres en clave que cada usuario adopta al entrar en la red) que evidenciaban la ideología de sus propietarios: Hess, Rommel, Skin88, Wotan, Ultrassur, TonySS, Hammskin, Waffen88, etc. A todos ellos ter­minaría por conocerlos personalmente meses después; sin embar­go, en aquellos momentos sólo eran un alias. Un desconocido al otro lado de la red.
Tardaría en averiguar que los canales nazis públicos que existen en Internet están llenos de curiosos e infiltrados. Y el 50 por cien­to de los usuarios de esos canales son periodistas, policías o, sobre todo, componentes del movimiento antifascista. Mayormente jóvenes simpatizantes de la izquierda radical, con un marcado odio hacia el movimiento nazi. Sin embargo, se nos reconocía enseguida y no tardábamos mucho en ser «kikeados» (expulsados temporalmente del canal), «bancados» (expulsados definitivamente) o «nukeados» (expul­sados del IRC).
Los falsos nazis solíamos entrar en el canal y permanecer calla­dos. Sin participar. Esperando a ver qué es lo que decían entre sí los verdaderos nazis. Buscando una pista, una información o un argumento contra ellos. Y, contra lo que todos pensábamos, los skinhead no son estúpidos. En cuanto transcurrían unos minutos en los que los recién llegados no aportaban nada, no participaban, los webmaster o los OPs (moderadores del canal) nos expulsaban del chat sin ningún miramiento.
Cambié varias veces de nick para volver a entrar, noche tras noche, en los mismos canales hasta que aprendí que debía participar activarnente, así que intenté convertirme en un contertulio dinámico en las cibercharlas nazis. Pero tampoco funcionó. Apenas tenía tiempo de saludar y sugerir un tema cuando me expulsaban nueva­mente, una y otra vez, de los canales fascistas de la red. Frustrante.
Tardé algunas semanas más en aprender el complejo ¿? entrama­do de claves y contraseñas del submundo nazi internacional. Por ejemplo, cuando entraba en un canal y alguien decía «88», sólo se me ocurría preguntar estúpidamente, «¿ochenta y ocho qué?» Kikea­do. Cuando me preguntaban mi opinión sobre 18, sólo podía repli­car: «¿Tres por seis?» Baneado. Cuando al entrar en un chat me interrogaban sobre las catorce palabras... preguntaba si era la letra de alguna canción... Nukeado. Siempre pensé que, si en lugar de encontrarnos en el ciberespacio estuviese en el mundo real y no supiera responder a esas claves rodeado de neonazis, sus métodos de reprimenda por mi ignorancia habrían sido mucho más doloro­sos que un banco en la pantalla. ¿?
Así, semana a semana, mes a mes, insistiendo una y otra vez y pasando horas y horas en sus canales y páginas web, comencé a apren­der esos códigos secretos ¿?. Esas claves y contraseñas sin las que es imposible acceder al mundo skinhead. Por las 14 palabras se conoce la síntesis del pensamiento racialista de David Lane, que todo autén­tico neonazi debe conocer y compartir: «Debemos asegurar la exis­tencia de nuestra raza y un futuro para los niños blancos.» El núme­ro 18 simboliza la primera y la octava letra del alfabeto: A y H, y es una forma en clave de referirse a Adolf Hitler. Y de la misma for­ma, el número 88 es un saludo y a la vez frima final. Esos números simbolizan la octava letra del abecedario repetida dos veces: HH, o lo que es lo mismo Heil Hitler! La marca comercial Lonsdale contí­núa siendo la preferida por los neonazis porque es la única manera de que las letras NSDA (que coinciden con las del partido NSDAP nazi) puedan exhibirse en Alernania: loNSDAle... ¿?
Sería largo resumir las mil y una anécdotas vividas durante los cientos de horas que pasé ante el ordenador, en las nocturnas ciber‑tertulias neonazis. Pero ahí es donde comencé a conocer sus con­signas y a descubrir su fraseología. Y ahí es donde nació Tiger88.
Necesitaba un nick fuerte, enérgico y que, a la vez, pudiese ser iden­tificado rápidamente con el pseudónimo de un neonazi. Recordé los carros de combate del Africa‑Koips dirigidos por el Zorro del Desier­to, lentos pero imparables, y le añadí el saludo en clave neonazi. Y Tiger88 se convirtió, en pocas semanas más, en uno de los más acti­vos ¿? neonazis de la red. Mis anuncios aparecían en los libros de visi­tas de todas las web neonazis, mis mensajes ‑opinando activamen­te sobre el sionismo, la inmigración o el aborto‑ abundaban en las listas de correo fascistas y todas las noches, sin faltar una, el nick Tiger88 frecuentaba los principales chats nazis de la red.
Mi intención era convertir a Tiger88 en un personaje familiar para los neonazis. Generar polémica, para obligarles a recordar mi nick, y derribar por agotamiento las suspicacias que pudiesen tener los webmaster sobre mis convicciones neonazis.
Tres meses después, Tiger88 era ya un camarada (así se definen los neofascistas entre ellos) conocido y apreciado en todas las ciber­tertulias, en todos los foros y listas de correo y en todas las páginas web ¿? neonazis de la red. Y envalentonado por el éxito de esta pri­mera fase de la infiltración, decidí intentar algo más complejo...
Cada noche, bajo la mirada inquisitiva de los propietarios del cibercafé que frecuentaba (y que no entendían que un tipo con melenas de hippy -----------------Antoñito Salas---------------------------------- >
tan sólo abriese páginas nazis en sus ordenado­res), tomaba notas sobre mis interlocutores. En un cuademo empe­cé a apuntar las reacciones que Hess, Ultrassur, Waffen88 o Rommel tenían ante cada conversación, ante cada estímulo, ante cada deba­te. E intenté elaborar un perfil de mis interlocutores buscando sus puntos flacos. Aspectos vulnerables en su personalidad que me per­mítiesen trazar un plan para conseguir una entrevista personal con ellos, o incluso su colaboración.
Finalmente opté por Romnel, nick del que resultó ser un joven barcelonés, de muy buena posición económica y tradición familiar militar y falangista. Concentré en él todos mis esfuerzos y, a través de conversaciones privadas desde el canal de Hispania Gothorurn, conseguí convencerle de la necesidad de crear nuestra propia pági­na web.
Rommel era un skinhead auténtico y con conocimientos de infor­mática. Conocido y bien relacionado con los habituales de la libre­ría Europa en Barcelona y los supervivientes de la extinta CEDADE, suponía que podría ser una puerta de acceso al movimiento neona­zi catalán. Y sabía también que una página web creada por él sería merecedora del respeto y la confianza de los skinheads españoles en mucha mayor medida que si era un perfecto desconocido el crea­dor de la misma. La mayor característica de los neonazis es su extrema desconfianza.
Me ocupé de navegar, durante días, en páginas web nazis extran­jeras, copiando textos y artículos (Como los que aparecen literalmente copiados en este libro) y grabándolos en CDs que enviaba por correo a Rommel para que él los editase y colgase en nuestra propia página web. Una página que, tras pasar todo tipo de filtros y controles, fue incluida en los links de los portales neonazis españo­les más emblemáticos.
Confieso que sentí orgullo, y una peligrosa vanidad, cuando vi que la web que había creado de la nada aparecía como enlace recomen­dado en sitios de Internet tan importantes corno Hispania Gothorum, Hammeskin, Ultrassur, etc. 0 recornendada en diferentes revistas y publicaciones skinheads. Aquello significaba que había conseguido introducir un pie en el mundo neonazi español; ahora se trataba de que el resto del cuerpo siguiese a ese pie. Pero la red ya se me esta­ba quedando pequeña para acoger mis pasos en la infiltración.

De la red a la realidad

A través de Internet contacté con los skinhead y neonazis de todo el país y también del extranjero. Nuestra relación comenzaba con un encuentro casual en un chat o en una lista de correo y continuaba con un intercambio de e‑rnails primero, para dar paso a cartas y llamadas telefónicas después. Sinceramente, pienso que durante los meses que duró mi investigación he estado en con­tacto telefónico, epistolar o personal con todos los grupos skin­heads ¿? españoles y la inmensa mayoría de los colectivos neonazis no skins.
Costaba bastante trabajo conseguir que los cabezas rapadas, y los nazis en general, abandonasen la cómoda clandestinidad que otor­ga un correo electrónico gratuito, en servidores como Hotmail, Yahoo, o Mixmaíl, muy dificil de seguir e investigar, para que me diesen su dirección postal. Para ello inventé, a través de nuestra página web, un servicio de intercambio de libros, revistas y videos neona­zis que me ofrecía a enviar gratuitamente a los camaradas “de con­fianza” que así me lo solicitasen. De esta forma pude abrir una base de datos donde, día a día, iban creciendo las informaciones que acompañaban a cada nick fichado en mis visitas a los chats. Nom­bres, direcciones y teléfonos empezaban a abundar al lado de mis notas sobre cada uno de mis cibercontertulios: «Le gusta la música Oi!», «lee a Miguel Serrano», «justifica la violencia», «se define como pagano», «odia más a los negros que a los judíos», etc.
Ellos mismos, a través de sus e‑mails, irían orientando la inves­tigación, dirigiendo mis pasos. Y adelantándome, de alguna mane­ra, las relaciones y pactos secretos entre grupos neonazís, partidos políticos, peñas futbolísticas, firmas comerciales o bandas musica­les que iría descubriendo a medida que avanzase en mis pesqui­sas. Y es que no deja de ser curioso que peñas futbolísticas, como la de Brigadas Blanquiazules del Real Club Deportivo Español, fuesen quienes orientasen mis primeras pesquisas en Madrid y Bar­celona, hacia tiendas como DSO o la librería Europa... Aún no podía ni imaginar hasta qué punto el movimiento skinhead neo­nazi está infiltrado en el fútbol español. Este e‑mail es sólo un ejemplo:

Brigadas Blanquiazules Ultras 1985
Para:Tiger‑88@eresmas.com Asunto:[REI Sin título
Saludos
Como verás esta web está dedicada únicamente al RCDespa­ñol y a Brigadas Blanquiazules. No obstante se te puede orientar, si te vas a ir a Madrid dirígete a la tienda D.S.O. También averi­gua. la dirección de la librería Europa en Barcelona, C/ Séneca. ESPAÑOL FANS

Ese correo electrónico era tan sólo una premonición. Meses des­pués patrullaría las calles con los ultras neonazis del Real Madrid o del Español, para propinar palizas a subsaharianos, magrebíes o simples aficionados de peñas rivales...
Sin embargo, debía fortalecer mi falsa identidad en Internet antes de encararme fisicamente con los cabezas rapadas. Y para ello desplegué toda mi imaginación y las ocurrencias más insólitas. Supongo que los propietarios del cibercafé que frecuentaba todas las noches todavía recordarán a aquel joven melenudo (el de la foto de arriba =8>) que alquila­ba no uno, sino dos ordenadores, para entrar en los canales nazis de Internet. De esta forma, acudiendo a un mismo canal a través de dos ordenadores distintos, podía utilizar dos nombres diferentes y enzarzarme en acaloradas discusiones en los chats, que me per­mitían exponer las ideas o argumentos que reforzasen la que sería mi falsa identidad. En otras palabras, cuando Tiger88 y, por ejem­plo, Panzer18 entraban en un canal nazi podían discutir sobre polí­tica, música, paganismo, cte., exponiendo ideas que transmitiesen a todos los presentes en el canal la convicción de que el tal Tiger88 era un auténtico camarada ario con las ideas muy claras... Lo que no podían suponer es que detrás de ambos nicks se encontraba una misma persona, utilizando dos ordenadores a la vez.

Y así transcurrieron tres meses. Era el momento de ir más allá. De dejar la cómoda impunidad de actuar escondido tras un teclado de ordenador y dar el gran salto. La verdadera infiltración. Llegaba la hora de entrevistarme cara a cara, en persona, con los neonazis con los que llevaba meses escribiéndome. Y confieso que estaba aterrorizado. Es fácil «jugar a los infiltrados» protegido por la clan­destinidad de un nick anónimo en Internet. La pantalla del ordena­dor es un excelente escudo que nos permite envalentonarnos y creer que estamos realizando una brillante investigación periodística sin correr más riesgo que quedarnos sin monedas para pagar la cone­xión. Pero otra cosa muy distinta es enfrentarse a ellos cara a cara. En persona. Sin teclados, ratones ni pantallas. Sin más protección que nuestro ingenio, nuestra capacidad de improvisación y, sobre todo, grandes dosis de sangre fría.

Estaba claro que mi «ciberdisfraz» fascista no era suficiente para establecer una relación personal y fisica con los skinheads. No basta con añadir un 88 a tu alias para pasar por neonazi. Así que erripe­cé a acudir a las tiendas, librerías y comercios especializados en estética y cultura hitlerianas. Lugares corno las tiendas Soldiers o DSO en Madrid.
Allí cornpraría las botas Doc Martens, las cazadoras bornber, los tirantes, los pins, parches, banderas y demás atrezzo neonazi con que completar la apariencia física de Tiger88. Lo más complicado fue buscar algún local de tatuajes donde realizar un tatoo de henna con la imagen de un tigre en mi brazo derecho, para completar el disfraz. Estúpido. Aquel dibujo resultaba ridículo al lado de los cuerpos completamente tatuados con cruces célticas, esvásticas, runas, o los rostros de Hitler, Rudolf Hess, etc., que decoraban cada centímetro de piel de mis nuevos amigos... Pero menos da una piedra.
Las breves y rápidas incursiones en las tiendas y librerías afines a los skinhead me sirvieron para irme familiarizando con ese mun­do secreto. Y, sobre todo, para que ellos se familiarizasen con mi cara.

Así tomé por norma visitar al menos dos veces al mes esos comer­cios, intentando hacer muchos comentarios ‑nunca preguntas ­sobre el último disco de Avalón, el avance de Le Pen en Francia o el nuevo libro de Miguel Serrano... Ni por asomo podía soñar que unos meses más tarde yo mismo podría entrevistar (por correo-e) al ex embajador chileno y máximo ideólogo del hitlerismo actual; o a Ramón B., fundador de CEDADE y su prolongación actuál el Círculo de Estu­dios Indoeuropeos; o a las féminas del movimiento skinhead, las skingirls, etc., etc., etc.
la estrategia funcionó. Poco a poco mi rostro empezó a resultarles familiar y, con el paso del tiempo, comenzaron a aceptarme entre ellos hasta el punto de comenzar a invitarme a actos, conferencias o conciertos reservados sólo para los verdaderos simpatizantes del movimiento. Me quedaba mucho para llegar a integrarme totalmente entre los skinheads, pero estaba avanzando y aquellas primeras invitaciones sugerían que estaba en el buen camino.

En mis trabajos como infiltrado he tenido que adoptar nombres, nacionalidades y aspectos difmmes a los míos en numerosas ocasiones. Las primeras semanas es relativamente sencillo mantener la concentración que requiere responder instantáneamente cuando alguien pronuncia el nombre que has adoptado; o reaccionar ins­tintivamente ante estímulos que se presuponen inherentes a la personalidad que has asumido, como por ejemplo hacer una reverencia al cruzar casualmente frente a una mezquita si te estás haciendo pasar por un integrista islámico. Sin embargo, a medida que trans­corren los meses, resulta más y más dificil mantener permanente­mente la concentración que requiere sustentar una mentira. Por eso el infiltrado no debe mentir, o al menos no hacerlo salvo que sea estrictamente necesario,
Por el contrario, si el objetivo de una infiltración implica m tra­bajo prolongado, es decir, meses o hasta años dentro de m grupo ajeno a nuestra naturaleza, debemos cambiar esa naturaleza; si no, lo más probable será que nos descubran.
Naturalmente quien esto escribe no es un delincuente, ni un proxeneta, ni un sectario, ni un pro‑terrorista... ni un nazi. Pero si lo ha sido mientras permanecía en el seno de cualquiera de esos colectivos, Real, sincero, activo... auténtico. Solo de esa loma es posi­ble permanecer durante meses infiltrado. El trabajo de un topo es similar al de un actor, sólo que en el caso de cometer un error, nadie dice «corten» para repetir la escena. Y un error dentro de ciertos grupos puede suponer que no haya más escenas. En este tipo de trabajo no hay seguridas oportunidades. Por eso es tan impor­tante que el infiltrado consiga acomodarse lo mejor posible a la nueva personalidad que ha de asumir. En mi caso busqué en mi interior cualquier punto en común, por pequeño que fuese, con los neonazis. Y no fue sencillo. Decidí que apoyaría el peso de mi personaje en el amor a la naturaleza y el deporte, el gusto por la músi­ca clásica, el interés por el paganismo y las religiones indoeuropeas y la fascinación por los conceptos de honor, lealtad y camaradería (este parrafo ya aparece antes, se ve que le cogió gusto al copy + paste)

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